martes, 28 de julio de 2009

PARA MEDITAR

Corintios 13
La preeminencia del amor 1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes,(A) y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
8 El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
9 Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;
10 mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
12 Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
13 Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.

PRIMEROS ESCRITOS
ELENA G. DE WHITE


Soñé que Dios, por una mano invisible, me mandó un cofre de curiosa hechura, que
tendría unas diez pulgadas de largo por seis de ancho. Estaba hecho de ébano y de
perlas curiosamente engastadas. Junto al cofre estaba atada una llave. Tomé
inmediatamente esa llave y abrí el cofre, al que, para mi asombro y sorpresa, encontré
lleno de joyas: diamantes, piedras preciosas y monedas de oro y plata, de todo tamaño,
valor y clase, hermosamente ordenados en sus lugares dentro del cofre; y así
colocados reflejaban una gloria y una luz que sólo podían compararse con la del sol.
Pensé que no debía disfrutar solo de este espectáculo maravilloso, aunque mi corazón
rebosaba de gozo frente al esplendor, a la hermosura y al valor del contenido. Lo puse
por lo tanto sobre una mesa en el centro de mi habitación e hice saber que cuantos
quisieran podían venir y ver el espectáculo más glorioso y brillante que hubiese visto
hombre alguno en esta vida.
La gente comenzó a acudir. Al principio eran unos pocos, pero el número fue
aumentando hasta ser una muchedumbre. Cuando miraban por primera vez el interior
del cofre, se admiraban y dejaban oír exclamaciones de gozo. Pero cuando el número
de espectadores aumentó, cada uno se puso a desordenar las joyas, sacándolas del
cofre y desparramándolas sobre la mesa.
Comencé a pensar que el dueño iba a exigir de mi 83 mano la devolución del cofre y de
las joyas; y si toleraba que las esparciesen, jamás podría volver a colocarlas dentro del
cofre; y considerando que nunca podría hacer frente a la inmensa responsabilidad,
empecé a rogar a la gente que no tocase las joyas ni las sacase del cofre; pero cuanto
más les rogaba, tanto más las esparcían; y llegaban hasta a hacerlo por toda la pieza,
sobre el piso y sobre cada mueble.
Vi entonces que entre las joyas y las monedas genuinas se había introducido una
innumerable cantidad de joyas y monedas falsas. Me indignó la conducta vil e ingrata
de la gente, a la cual dirigí reproches; pero cuanto más los reprendía, tanto más
desparramaban joyas y monedas falsas entre las genuinas. Me aire entonces y
comencé a valerme de la fuerza física para empujarlos fuera de la habitación; pero
mientras echaba a una persona, tres más entraban y traían suciedad, como virutas,
arena y toda suerte de basuras, hasta cubrir cada una de las joyas, las monedas y los
diamantes, que quedaron todos ocultos de la vista. También hicieron pedazos el cofre,
y dispersaron los restos entre la basura. Me parecía que nadie consideraba mi pesar ni
mi ira; me desalenté y descorazoné por completo, de manera que me senté a llorar.
Mientras estaba así llorando y lamentándome por la gran pérdida y la gran
responsabilidad que me tocaba, me acordé de Dios, y le pedí fervorosamente que me
mandase ayuda.
Inmediatamente se abrió la puerta, y cuando toda la gente su hubo ido entró un hombre
en la habitación. Tenía una escobilla en la mano; abrió las ventanas y comenzó a
barrer el polvo y la basura de la habitación.
Le grité que tuviese cuidado, porque había joyas preciosas dispersas entre la basura.
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Me contestó que no temiese, porque él "les prestaría su cuidado."
Después, mientras barría el polvo y la basura, las joyas espurias y las monedas falsas
subieron todas y salieron por la ventana como una nube, y el viento se las llevó. En el
bullicio, cerré los ojos un momento; y cuando los abrí, toda la basura había
desaparecido. Las preciosas joyas, las monedas de oro y plata y los diamantes estaban
desparramados en profusión por toda la pieza. El hombre puso entonces sobre la mesa
un cofre mucho mayor y más hermoso que el primero, y reuniendo a puñados las joyas,
las monedas y los diamantes, los puso en el cofre, hasta que ni uno solo quedó afuera,
a pesar de que algunos de los diamantes no eran mayores que la punta de un alfiler.
Llamándome entonces, me dijo: "Ven y ve."
Mire en el cofre, pero el espectáculo me deslumbraba. Las joyas brillaban diez veces
más que antes. Pensé que habían sido limpiadas en la arena por los pies de aquellos
impíos que las habían desparramado y pisoteado en el polvo. Estaban dispuestas en
hermoso orden dentro del cofre, cada una en su lugar, sin que el hombre que las había
puesto allí se hubiese tomado un trabajo especial. Grité de gozo, y ese grito me
despertó. 85

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