viernes, 27 de agosto de 2010

Jeremías 10
Los falsos dioses y el Dios verdadero 1 Oíd la palabra que Jehová ha hablado sobre vosotros, oh casa de Israel.
2 Así dijo Jehová: No aprendáis el camino de las naciones, ni de las señales del cielo tengáis temor, aunque las naciones las teman.
3 Porque las costumbres de los pueblos son vanidad; porque leño del bosque cortaron, obra de manos de artífice con buril.
4 Con plata y oro lo adornan; con clavos y martillo lo afirman para que no se mueva.
5 Derechos están como palmera, y no hablan; son llevados, porque no pueden andar. No tengáis temor de ellos, porque ni pueden hacer mal, ni para hacer bien tienen poder.
6 No hay semejante a ti, oh Jehová; grande eres tú, y grande tu nombre en poderío.
7 ¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones?(A) Porque a ti es debido el temor; porque entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay semejante a ti.
8 Todos se infatuarán y entontecerán. Enseñanza de vanidades es el leño.
9 Traerán plata batida de Tarsis y oro de Ufaz, obra del artífice, y de manos del fundidor; los vestirán de azul y de púrpura, obra de peritos es todo.
10 Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación.
11 Les diréis así: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparezcan de la tierra y de debajo de los cielos.
12 El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría;
13 a su voz se produce muchedumbre de aguas en el cielo, y hace subir las nubes de lo postrero de la tierra; hace los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos.
14 Todo hombre se embrutece, y le falta ciencia; se averg:uenza de su ídolo todo fundidor, porque mentirosa es su obra de fundición, y no hay espíritu en ella.
15 Vanidad son, obra vana; al tiempo de su castigo perecerán.
16 No es así la porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo, e Israel es la vara de su heredad; Jehová de los ejércitos es su nombre.

lunes, 16 de agosto de 2010

Predicto el destino

http://www.ellenwhiteaudio.org/sp/audio/gc/CS01__Predicto_el_destino_del_Mundo.mp3

Bendiciones

El Destino del Mundo Predicho

"¡OH SI también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz! mas ahora está encubierto
de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, que tus enemigos te cercarán con baluarte, y te pondrán cerco, y
de todas partes te pondrán en estrecho, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti; y no dejarán sobre
ti piedra sobre piedra; por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." (S. Lucas 19: 42 - 44.)
Desde lo alto del monte de los Olivos miraba Jesús a Jerusalén, que ofrecía a sus ojos un cuadro de
hermosura y de paz. Era tiempo de Pascua, y de todas las regiones del orbe los hijos de Jacob se habían
reunido para celebrar la gran fiesta nacional. De entre viñedos y jardines como de entre las verdes laderas
donde se veían esparcidas las tiendas de los peregrinos, elevábanse las colinas con sus terrazas, los airosos
palacios y los soberbios baluartes de la capital israelita. La hija de Sión parecía decir en su orgullo: "¡Estoy
sentada reina, y . . . nunca veré el duelo!" porque siendo amada, como lo era, creía estar segura de merecer
aún los favores del cielo como en los tiempos antiguos cuando el poeta rey cantaba: "Hermosa provincia, el
gozo de toda la tierra es el monte de Sión, . . . la ciudad del gran Rey " (Salmo 48: 2.) Resaltaban a la vista
las construcciones espléndidas del templo, cuyos muros de mármol blanco como la nieve estaban entonces
iluminados por los últimos rayos del sol poniente que al hundirse en el ocaso hacía resplandecer el oro de
puertas, torres y pináculos. Y así destacábase la gran ciudad, "perfección de hermosura," orgullo de la
nación judaica. ¡Qué hijo de Israel podía permanecer ante semejante espectáculo sin sentirse conmovido de
gozo y admiración! Pero eran muy ajenos a todo 20esto los pensamientos que embargaban la mente de
Jesús. "Como llego cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella." (S. Lucas. 19: 41.) En medio del regocijo que
provocara su entrada triunfal, mientras el gentío agitaba palmas, y alegres hosannas repercutían en los
montes, y mil voces le proclamaban Rey, el Redentor del mundo se sintió abrumado por súbita y misteriosa
tristeza. El, el Hijo de Dios, el Prometido de Israel, que había vencido a la muerte arrebatándole sus
cautivos, lloraba, no presa de común abatimiento, sino dominado por intensa e irreprimible agonía.
No lloraba por sí mismo, por más que supiera adónde iba. Getsemaní, lugar de su próxima y terrible
agonía, extendíase ante su vista. La puerta de las ovejas divisábase también; por ella habían entrado
durante siglos y siglos la víctimas para el sacrificio, y pronto iba a abrirse para él, cuando "como cordero"
fuera, "llevado al matadero" (Isaías 53: 7) Poco más allá se destacaba el Calvario, lugar de la crucifixión.
Sobre la senda que pronto le tocaría recorrer, iban a caer densas y horrorosas tinieblas mientras él
entregaba su alma en expiación por el pecado. No era, sin embargo, la contemplación de aquellas escenas
lo que arrojaba sombras sobre el Señor en aquellas escenas lo que arrojaba sombras sobre el Señor en
aquella hora de gran regocijo, ni tampoco el presentimiento de su angustia sobrehumana lo que nublaba su
alma generosa. Lloraba por el fatal destino de los millares de Jerusalén, por la ceguedad y por la dureza de
corazón de aquellos a quienes él viniera a bendecir y salvar.
La historia de más de mil años durante los cuales Dios extendiera su favor especial y sus tiernos cuidados
en beneficio de su pueblo escogido, desarrollábase ante los ojos de Jesús. Allí estaba el monte Moriah,
donde el hijo de la promesa, cual mansa víctima que se entrega sin resistencia, fue atado sobre el altar
como emblema del sacrificio del Hijo de Dios. Allí fue donde se lo habían confirmado al padre de los
creyentes el pacto de bendición y la gloriosa promesa de un Mesías. (Génesis 22: 9, 16-18.) Allí era donde
las llamas del 21 sacrificio, al ascender al cielo desde la era de Ornán, habían desviado la espada del ángel
exterminador (1 Crónicas 21), símbolo adecuado del sacrificio de Cristo y de su mediación por los
culpables. Jerusalén había sido honrada por Dios sobre toda la tierra. El Señor había "elegido a Sión;
deseóla por habitación para sí." (Salmo 132:13.) Allí habían proclamado los santos profetas durante siglos
y siglos sus mensajes de amonestación. Allí habían mecido los sacerdotes sus incensarios y había subido
hacia Dios el humo del incienso, mezclado con las plegarias de los adoradores. Allí había sido ofrecida día
tras día la sangre de los corderos sacrificados, que anunciaban al Cordero de Dios que había de venir al
mundo. Allí había manifestado Jehová su presencia en la nube de gloria, sobre el propiciatorio. Allí se
había asentado la base de la escalera mística que unía el cielo con la tierra (Génesis 28:12; S. Juan 1:51),
que Jacob viera en sueños y por la cual los ángeles subían y bajaban, mostrando así al mundo el camino
que conduce al lugar santísimo. De haberse mantenido Israel como nación fiel al Cielo, Jerusalén habría
sido para siempre la elegida de Dios. (Jeremías 17:21 - 25.) Pero la historia de aquel pueblo tan favorecido
era un relato de sus apostasías y sus rebeliones. Había resistido la gracia del Cielo, abusado de sus
prerrogativas y menospreciado sus oportunidades.
A pesar de que los hijos de Israel "hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus
palabras, burlándose de sus profetas" (2 Crónicas 36: 16), el Señor había seguido manifestándoseles como
"Jehová, fuerte, misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad." (Éxodo 34:
6.) Y por más que le rechazaran una y otra vez, de continuo había seguido instándoles con bondad
inalterable. Más grande que la amorosa compasión del padre por su hijo era el solícito cuidado con que
Dios velaba por su pueblo enviándole "amonestaciones por mano de sus mensajeros, madrugando para
enviárselas; porque tuvo compasión 22 de su pueblo y de su morada." (2 Crónicas 36: 15, V.M.) Y al fin,
habiendo fracasado las amonestaciones, las reprensiones y las súplicas, les envió el mejor don del cielo;
más aún, derramó todo el cielo en ese solo Don.

EL CONFLICTO DE LOS SIGLOS
ELENA DE WHITE

Bendiciones!

miércoles, 11 de agosto de 2010

Bendiciones espirituales en Cristo

Efesios 1

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad,
6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,
7 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia,
8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad,
12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.
13 En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
14 que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.

El espíritu de sabiduría y de revelación 15 Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos,
16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones,
17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,
18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,
19 y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,
20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales,
21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;
22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,
23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Bendiciones!

martes, 3 de agosto de 2010

Esto es justificación

Es la justicia de Cristo lo que hace que el pecador penitente sea aceptable ante
Dios y lo que obra su justificación. No importa cuán pecaminosa haya sido su vida,
si cree en Jesús como su Salvador personal, comparece delante de Dios con las
vestiduras inmaculadas de la justicia imputada de Cristo.
El pecador que tan recientemente estaba muerto en transgresiones y pecados es
vivificado por la fe en Cristo. Ve, mediante la fe, que Jesús es su Salvador, y, vivo
por los siglos de los siglos, puede salvar "perpetuamente a [todos] los que por él
se acercan a 111 Dios". En la expiación realizada en su favor el pecador ve tal
anchura y longitud y altura y profundidad ve tal plenitud de salvación, comprada a
un costo tan infinito que su alma se llena de loor y gratitud. Ve como en un espejo
la gloria del Señor y es transformado en la misma imagen como por el Espíritu del
Señor. Ve el manto de Injusticia de Cristo, tejido en el telar del cielo, forjado por su
obediencia e imputado al alma arrepentida mediante la fe en su nombre.
Cuando el pecador percibe los incomparables encantos de Jesús, el pecado deja
de parecerle atractivo; porque contempla al Señalado entre diez mil, a Aquel que
es enteramente codiciable. Verídica por experiencia personal el poder del
Evangelio, cuya vastedad de designio es igualada únicamente por su preciosidad
de propósito.
Tenemos un Salvador viviente. No se halla en el sepulcro nuevo de José; resucitó
y ascendió al cielo como Sustituto y Garante de cada alma creyente. "Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo" (Rom. 5:1). El pecador es justificado por los méritos de Jesús, y esto
es el reconocimiento de Dios de la perfección del rescate pagado en favor del
hombre. El hecho de que Cristo fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz,
es prenda de la aceptación del pecador arrepentido por parte del Padre. Entonces,
¿nos permitiremos tener una experiencia vacilante de dudar y creer, creer y
dudar? Jesús es la prenda de nuestra aceptación por parte de Dios. Tenemos el
favor de Dios, no porque haya mérito alguno en nosotros, sino por nuestra fe en
"el Señor, nuestra justicia".
Jesús está en el Lugar Santísimo, para comparecer por nosotros ante la presencia
de Dios. Allí, no cesa de presentar a su pueblo momento tras momento, 112 como
completo en El. Pero, por estar así representados delante del Padre, no hemos de
imaginar que podemos abusar de su misericordia y volvernos descuidados,
indiferentes y licenciosos. Cristo no es el ministro del pecado. Estamos completos
en El, aceptados en el Amado, únicamente si permanecemos en El por fe.
Nunca podemos alcanzar la perfección por medio de nuestras propias obras
buenas. El alma que contempla a Jesús mediante la fe, repudia su propia justicia.
Se ve a sí misma incompleta, y considera su arrepentimiento como insuficiente,
débil su fe más vigorosa, magro su sacrificio más costoso; y se abate con
humildad al pie de la cruz. Pero una voz le habla desde los oráculos de la Palabra
de Dios. Con asombro escucha el mensaje: "Vosotros estáis completos en él".
Ahora todo está en paz en su alma. Ya no tiene que luchar más para encontrar
algún mérito en sí mismo, algún acto meritorio por medio del cual ganar el favor de
Dios

FE Y OBRAS
Sermones y artículos por ELENA G. DE WHITE

Bendiciones!