Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. (1 Cor. 2: 5)
El espíritu prevaleciente en nuestros tiempos es de incredulidad y apostasía. El espíritu manifestado en el mundo es de orgullo y exaltación del yo. Los hombres se vanaglorian de poseer gran luz, pero en realidad no tienen más que ciega presunción, porque se han opuesto a la clara voluntad de Dios. Muchos exaltan el razonamiento humano, idolatran la sabiduría humana y consideran las opiniones de los hombres superiores a la sabiduría revelada de Dios... Entre la gran masa de cristianos profesos no se comprende cuán ofensiva es la transgresión de la ley de Dios. No comprenden que la salvación puede obtenerse únicamente mediante la sangre de Cristo...
A los ojos de los hombres, la vana filosofía y la así llamada ciencia, tienen más valor que la Palabra de Dios. Prevalece en gran medida la creencia de que el Mediador divino no es indispensable para la salvación del hombre. Una cantidad de teorías propuestas por los así llamados sabios del mundo, para la elevación del hombre, son creídas y se confía en ellas más que en la verdad de Dios enseñada por Cristo y sus apóstoles (Review and Herald, 8-11-1892).
El Señor quiere que investiguemos individualmente las Escrituras para que conozcamos el gran plan de redención, y que comprendamos ese gran tema hasta donde sea posible para la mente humana, iluminada por el Espíritu de Dios, para comprender el propósito de Dios. El quiere que captemos algo de su amor manifestado al dar a su Hijo para morir a fin de contrarrestar el mal, quitar las manchas contaminadoras de su obra y restaurar lo que se había perdido, elevando y ennobleciendo al alma hasta darle su pureza original mediante la justicia imputada de Cristo. La única manera como podía ser restaurada la humanidad caída era mediante el don de su Hijo, igual a él mismo, que poseía los atributos de Dios (Ibid.).
Elena G. de White. A fin de conocerle.
Dios les bendiga
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