La alimentación del niño
El mejor alimento para el niño es el que suministra la naturaleza. No debe
privársele de él sin necesidad. Es muy cruel que la madre, por causa de las
conveniencias y los placeres sociales, procure libertarse del desempeño de su
ministerio materno de amamantar a su pequeñuelo.
La madre que consiente que otra mujer nutra a su hijo debe considerar cuáles
puedan ser los resultados. La nodriza comunica hasta cierto punto, su propio
temperamento y genio al niño a quien amamanta.
Difícil sería exagerar la importancia que tiene el hacer adquirir a los niños buenos
hábitos dietéticos. Necesitan aprender que comen para vivir y no viven para
comer. Esta educación debe empezar cuando la criatura está todavía en brazos
de su madre. Hay que darle alimento tan sólo a intervalos regulares, y con menos
frecuencia conforme va creciendo. No hay que darle dulces ni comida de adultos,
pues no la puede digerir. El cuidado y la regularidad en la alimentación de las
criaturas no sólo fomentarán la salud, y así las harán sosegadas y de genio
apacible, sino que echarán los cimientos de hábitos que los beneficiarán en los
años subsiguientes.
Cuando los niños salen de la infancia todavía hay que educar con el mayor
cuidado sus gustos y apetitos. Muchas veces se les permite comer lo que quieren
y cuando quieren, sin tener en cuenta su salud. El trabajo y el dinero tantas veces
malgastados en golosinas perjudiciales para la salud inducen al joven a pensar
que el supremo objeto de la vida, y lo que reporta mayor felicidad, es poder
satisfacer los apetitos. El resultado de tal educación es que el niño se vuelve
glotón; 298 después le sobrevienen las enfermedades, que son seguidas
generalmente por la administración de drogas venenosas.
Los padres deben educar los apetitos de sus hijos, y no permitir que hagan uso de
alimentos nocivos para la salud. Pero en el esfuerzo por regular la alimentación,
debemos cuidar de no cometer el error de exigir a los niños que coman cosas
desagradables, ni más de lo necesario. Los niños tienen derechos y preferencias
que, cuando son razonables, deben respetarse.
Hay que observar cuidadosamente la regularidad en las comidas. Al niño no se le
debe dar de comer entre comidas, ni pasteles, ni nueces, ni frutas, ni manjar de
ninguna clase. La irregularidad en las comidas destruye el tono sano de los
órganos de la digestión, en perjuicio de la salud y del buen humor. Y cuando los
niños se sientan a la mesa, no toman con gusto el alimento sano; su apetito clama
por manjares nocivos.
Las madres que satisfacen los deseos de sus hijos a costa de la salud y del genio
alegre, siembran males que no dejarán de brotar y llevar fruto. El empeño por
satisfacerlos apetitos se intensifica en los niños a medida que crecen, y queda
sacrificado el vigor mental y físico. Las madres que obran así cosechan con
amargura lo que han sembrado. Ven a sus hijos criarse incapacitados en su mente
y carácter para desempeñar noble y provechoso papel en la sociedad o en la
familia. Las facultades espirituales, intelectuales y físicas se menoscaban por la
influencia del alimento malsano. La conciencia se embota, y se debilita la
disposición a recibir buenas impresiones.
EL MINISTERIO DE CURACIÓN
Por ELENA G. de WHITE
Bendiciones!
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