viernes, 11 de diciembre de 2009

La Ley y los Dos Pactos

Así como la Biblia presenta dos leyes, una inmutable y eterna, la otra provisional y
temporaria, así también hay dos pactos. El pacto de la gracia se estableció
primeramente con el hombre en el Edén, cuando después de la caída se dio la
promesa divina de que la simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza.
Este pacto puso al alcance de todos los hombres el perdón y la ayuda de la gracia
de Dios para obedecer en lo futuro mediante la fe en Cristo. También les 387
prometía la vida eterna si eran fieles a la ley de Dios. Así recibieron los patriarcas
la esperanza de la salvación.
Este mismo pacto le fue renovado a Abrahán en la promesa: "En tu simiente serán
benditas todas las gentes de la tierra." (Gén. 22: 18.) Esta promesa dirigía los
pensamientos hacia Cristo. Así la entendió Abrahán. (Véase Gál. 3: 8, 16), y confió
en Cristo para obtener el perdón de sus pecados. Fue esta fe la que se le contó
como justicia. El pacto con Abrahán también mantuvo la autoridad de la ley de
Dios. El Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso; anda
delante de mí, y sé perfecto." El testimonio de Dios respecto a su siervo fiel fue:
"Oyó Abrahán mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y
mis leyes," y el Señor le declaró: "Estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu simiente
después de ti en sus generaciones, por alianza perpetua, para serte a ti por Dios,
y a tu simiente después de ti." (Gén 17: 1, 7; 26: 5.)
Aunque este pacto fue hecho con Adán, y más tarde se le renovó a Abrahán, no
pudo ratificarse sino hasta la muerte de Cristo. Existió en virtud de la promesa de
Dios desde que se indicó por primera vez la posibilidad de redención. Fue
aceptado por fe: no obstante, cuando Cristo lo ratificó fue llamado el pacto nuevo.
La ley de Dios fue la base de este pacto, que era sencillamente un arreglo para
restituir al hombre a la armonía con la voluntad divina, colocándolo en situación de
poder obedecer la ley de Dios.
Otro pacto, llamado en la Escritura el pacto "antiguo," se estableció entre Dios e
Israel en el Sinaí, y en aquel entonces fue ratificado mediante la sangre de un
sacrificio. El pacto hecho con Abrahán fue ratificado mediante la sangre de Cristo,
y es llamado el "segundo" pacto o "nuevo" pacto, porque la sangre con la cual fue
sellado se derramó después de la sangre del primer pacto. Es evidente que el
nuevo pacto estaba en vigor en los días de Abrahán, puesto que entonces fue
confirmado tanto por la promesa como por el juramento 388 de Dios, "dos cosas
inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta." (Heb. 6: 18.)
Pero si el pacto confirmado a Abrahán contenía la promesa de la redención, ¿por
qué se hizo otro pacto en el Sinaí? Durante su servidumbre, el pueblo había
perdido en alto grado el conocimiento de Dios y de los principios del pacto de
Abrahán. Al libertarlos de Egipto, Dios trató de revelarles su poder y su
misericordia para inducirlos a amarle y a confiar en él. Los llevó al mar Rojo,
donde, perseguidos por los egipcios, parecía imposible que escaparan, para que
pudieran ver su total desamparo y necesidad de ayuda divina; y entonces los libró.
Así se llenaron de amor y gratitud hacia él, y confiaron en su poder para
ayudarles. Los ligó a sí mismo como su libertador de la esclavitud temporal.
Pero había una verdad aun mayor que debía grabarse en sus mentes. Como
habían vivido en un ambiente de idolatría y corrupción, no tenían un concepto
verdadero de la santidad de Dios, de la extrema pecaminosidad de su propio
corazón, de su total incapacidad para obedecer la ley de Dios, y de la necesidad
de un Salvador. Todo esto se les debía enseñar.
Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley, con la promesa de
grandes bendiciones siempre que obedecieran: "Ahora pues, si diereis oído a mi
voz, y guardareis mi pacto, . . . vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente
santa." (Exo. 19: 5, 6.) Los israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio
corazón, y no comprendían que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios;
y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios. Creyéndose capaces de
ser justos por sí mismos, declararon: "Haremos todas las cosas que Jehová ha
dicho, y obedeceremos." (Exo. 24: 7.) Habían presenciado la grandiosa majestad
de la proclamación de la ley, y habían temblado de terror ante el monte; y sin
embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios
al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por
389 medio de un pacto que ya habían roto; y entonces viendo su pecaminosidad y
su necesidad del Salvador revelado en el pacto de Abrahán y simbolizado en los
sacrificios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon con Dios como
su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados para apreciar las
bendiciones del nuevo pacto.

HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE


BENDICIONES!

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