miércoles, 9 de diciembre de 2009

La ley y los dos pactos

Muchos opinan que Dios colocó una muralla divisoria entre los hebreos y el resto
del mundo; que su cuidado y amor de los que privara en gran parte al resto de la
humanidad, se concentraban en Israel. Pero no fue el propósito de Dios que su
pueblo construyera una muralla de separación entre ellos y sus semejantes. El
corazón del Amor infinito abarcaba a todos los habitantes de la tierra. Aunque le
habían rechazado, constantemente procuraba revelárselas, y hacerlos partícipes
de su amor y su gracia. Su bendición fue concedida al pueblo escogido, para que
éste pudiera bendecir a otros.
Dios llamó a Abrahán, le prosperó y le honró; y la fidelidad del patriarca fue una
luz para la gente de todos los países donde habitó. Abrahán no se aisló de
quienes le rodeaban. Mantuvo relaciones amistosas con los reyes de las naciones
circundantes, y fue tratado por algunos de ellos con gran respeto; su integridad y
desinterés, su valor y benevolencia, representaron el carácter de Dios. A
Mesopotamia, a Canaán, a Egipto, hasta a los habitantes de Sodoma, el Dios del
cielo se les reveló por medio de su representante. 385
Asimismo se reveló Dios por medio de José al pueblo egipcio y a todas las
naciones relacionadas con aquel poderoso reino. ¿Por qué dispuso el Señor
exaltar a José a tan grande altura entre los egipcios? Podía lograr sus propósitos
en favor de los hijos de Jacob de cualquiera otra manera; pero quiso hacer de
José una luz, y lo puso en el palacio del rey para que la luz celestial alumbrara
cerca y lejos. Mediante su sabiduría y su justicia, mediante la pureza y la
benevolencia de su vida cotidiana, mediante su devoción a los intereses del
pueblo, y de un pueblo idólatra, José fue el representante de Cristo. En su
benefactor, a quien todo Egipto se dirigía con gratitud y a quien todos elogiaban,
aquel pueblo pagano debía contemplar el amor de su Creador y Redentor.
También mediante Moisés, Dios colocó una luz junto al trono del mayor reino de la
tierra, para que todos los que quisieran, pudieran conocer al Dios verdadero y
viviente. Y toda esta luz fue dada a los egipcios antes de que la mano de Dios se
extendiera sobre ellos en las plagas.
Mediante la liberación de Israel de Egipto, el conocimiento del poder de Dios se
extendió por todas partes. El belicoso pueblo de la plaza fuerte de Jericó tembló.
Dijo Rahab: "Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más
espíritu en alguno por causa de vosotros: porque Jehová vuestro Dios es Dios
arriba en los cielos, y abajo en la tierra." (Jos. 2: 11.) Varios siglos después del
éxodo, los sacerdotes filisteos recordaron a su pueblo las plagas de Egipto, y lo
amonestaron a no resistir al Dios de Israel.
Dios llamó a Israel, lo bendijo y lo exaltó, no para que mediante la obediencia a su
ley recibiese él solo su favor y fuera beneficiario exclusivo de sus bendiciones;
sino para revelarse por medio de él a todos los habitantes de la tierra. Para poder
alcanzar este propósito, Dios le ordenó que fuera diferente de las naciones
idólatras que lo rodeaban.
La idolatría y todos los pecados que la acompañaban eran abominables para Dios,
y ordenó a su pueblo que no se 386 mezclara con las otras naciones, ni hiciera
"como ellos hacen" (Exo. 23: 24), para que no se olvidaran de Dios. Les prohibió el
matrimonio con los idólatras, para que sus corazones no se apartaran de él. Era
tan necesario entonces como ahora que el pueblo de Dios fuese puro, "sin
mancha de este mundo." (Sant. 1: 27.) Debían mantenerse libres del espíritu
mundano, porque éste se opone a la verdad y la justicia. Pero Dios no quería que
su pueblo, creyendo tener la exclusividad de la justicia, se apartara del mundo al
punto de no poder ejercer influencia alguna sobre él.
Como su Maestro, los seguidores de Cristo debían ser en todas las edades la luz
del mundo. El Salvador dijo: "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede
esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre
el candelero, y alumbra a todos los que están en casa;" es decir, en el mundo. Y
agrega: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos." (Mat. 5: 14-16)
Esto es exactamente lo que hicieron Enoc, Noé, Abrahán, José y Moisés. Y es
precisamente lo que Dios quería que hiciera su pueblo Israel.
Fue su propio corazón malo e incrédulo, dominado por Satanás, lo que los llevó a
ocultar su luz en vez de irradiarla sobre los pueblos circunvecinos; fue ese mismo
espíritu fanático lo que les hizo seguir las prácticas inicuas de los paganos, o
encerrarse en un orgulloso exclusivismo, como si el amor y el cuidado de Dios
fuesen únicamente para ellos.


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE


BENDICIONES!

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