``Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.``
El cielo se llenó de pesar cuando se dieron cuenta de que el hombre estaba perdido, y de que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la enfermedad y la muerte, y no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia de Adán debía morir. Contemplé al amante Jesús, y vi una expresión de simpatía y dolor en su rostro. Pronto lo vi acercarse a la deslumbrante luz que envolvía al Padre. Dijo mi ángel acompañante: Está en íntima comunión con su Padre. La ansiedad de los ángeles parecía ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con su Padre. Tres veces lo encerró el glorioso resplandor que rodea al Padre y la tercera vez, cuando él salió, su persona se pudo ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con bondad y con una amabilidad que las palabras no pueden describir. Entonces informó a la hueste angélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que había intercedido con su Padre y que había ofrecido su vida en rescate, para que la sentencia de muerte cayera sobre él, de modo que por los méritos de su sangre, y como resultado de su obediencia a la ley de Dios, ellos pudieran tener el favor divino, volver al hermoso huerto y comer del fruto del árbol de la vida. Al principio, los ángeles no pudieron regocijarse, porque su Comandante no les ocultó nada, sino que abrió ante ellos explícitamente el plan de salvación. Jesús les dijo que él se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la iniquidad y el escarnio, que pocos lo recibirían como el Hijo de Dios. Casi todos lo aborrecerían y rechazarían. Dejaría toda su gloria en el cielo apareciendo sobre la tierra como hombre, se identificaría, mediante su propia experiencia, con las diversas tentaciones con las que un hombre es asediado, para saber cómo socorrer a aquellos que fueran tentados; y que finalmente, después de cumplir su misión como maestro, él sería entregado en las manos de los hombres y soportaría toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pudieran inspirar a los impíos a infligir; que debía morir la más cruel de las muertes, colgado entre el cielo y la tierra como un pecador culpable; que sufriría terribles horas de angustia, que ni los mismos ángeles podrían mirar, pues ocultarían sus rostros para no verla. No sería sólo agonía corporal, sino que sufriría una agonía mental con la cual no se podía comparar ningún sufrimiento físico. El peso de los pecados de toda la humanidad caería sobre él. Les dijo que moriría y resucitaría de nuevo el tercer día, y que ascendería a su Padre para interceder por el hombre culpable y extraviado. Los ángeles se postraron ante él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que por su muerte él salvaría a muchos, que la vida de un ángel no podía pagar la deuda. Sólo su vida podía ser aceptada por su Padre como recompensa en favor del hombre. Jesús también les dijo que ellos tendrían que desempeñar una parte, y en diferentes ocasiones lo fortalecerían; que él tomaría la naturaleza caída del hombre y su fortaleza no se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación, de sus grandes sufrimientos. Y que cuando contemplaran sus padecimientos y el odio de los hombres hacia él, se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, queriendo por amor a él, rescatarlo y librarlo de sus asesinos; pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que contemplaran, pues tendrían una parte que desempeñar en ocasión de su resurrección; que el plan de salvación había sido ideado y su Padre lo había aceptado. Con santa tristeza, Jesús consoló y animó a los ángeles y les informó que después de esas cosas, los que él redimiera estarían y vivirían con él para siempre; y que por su muerte rescataría a muchos, y destruiría al que tenía el poder de la muerte. Y su Padre le daría el reino y la grandeza del dominio debajo de todos los cielos, y él los poseería para siempre jamás. Satanás y los pecadores sería destruidos y no perturbarían nunca más el cielo ni la nueva tierra purificada. Jesús encareció a la hueste angélica que aceptara el plan que su Padre había aprobado, y se regocijara en el hecho de que por medio de su muerte el hombre caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cielo. Entonces el cielo se llenó de un gozo inefable. Y la hueste angélica entonó un himno de alabanza y adoración. Pulsaron sus arpas y entonaron una nota más alta que antes, por la gran misericordia y condescendencia de Dios al entregar a su muy Amado para que muriera por una raza de rebeldes. Tributaron alabanza y adoración por la abnegación y el sacrificio de Jesús; por el hecho de que él consintiera en dejar el seno de su Padre, y escogiera una vida de sufrimiento y angustia, y muriera una muerte ignominiosa con el fin de dar vida a otros. Dijo el ángel: ¿Creéis que el Padre entregó a su amado Hijo sin lucha alguna? No, no. El mismo Dios del cielo tuvo que luchar para decidir si dejaba perecer al hombre culpable o entregaba a su Amado Hijo para que muriera por él, los ángeles estaban tan interesados en la salvación del hombre que se podía encontrar entre ellos quien hubiese estado dispuesto a abandonar la gloria y dar su vida por el hombre perdido. Pero, dijo mi ángel acompañante: De nada valdría. La transgresión era tan grande que un ángel no podría pagar la deuda. Nada sino la muerte, y la intercesión de su Hijo pagaría la deuda, y salvaría al hombre perdido del pesar y la miseria sin esperanzas. Pero a los ángeles se les asignó una obra, la de ascender y descender con el bálsamo fortalecedor procedente de la gloria, para suavizar los sufrimientos del Hijo de Dios y servirle. También tendrían la tarea de guardar y proteger de los ángeles impíos, a los herederos de la gracia, y escudarlos de las tinieblas que Satanás constantemente arrojaría contra ellos. Vi que era imposible para Dios alterar o cambiar su ley para salvar al hombre perdido, por eso, él permitió que su amado Hijo muriera por la transgresión del hombre. Satanás se regocijó de nuevo con sus ángeles de que pudiera derribar al Hijo de Dios de su exaltada posición al provocar la caída del hombre. Le dijo a sus ángeles que cuando Jesús tomara la naturaleza del hombre caído, podría dominarlo y estorbaría el cumplimiento del plan de salvación. Se me mostró entonces cómo fue Satanás una vez, un ángel feliz y exaltado. Después lo vi como es ahora. Todavía su aspecto sigue siendo principesco. Sus facciones aún son nobles, porque es un ángel caído. Pero la expresión de su rostro está llena de ansiedad, preocupación, infelicidad, malicia, odio, de deseos de causar daño, de engaño, y de toda clase de mal. Observé particularmente esa frente que fue tan noble. A partir de sus ojos comienza a retroceder. Vi que por tanto tiempo se ha inclinado al mal, que toda buena cualidad se ha rebajado, y todo rasgo maligno se ha desarrollado. Sus ojos son astutos, irónicos y muestran profunda penetración. Su cuerpo es grande, pero la piel cuelga flácida de sus manos y de su cara. Al contemplarlo su barbilla descansaba sobre su mano izquierda. Parecía estar en profunda meditación. Una sonrisa se dibujaba en su rostro, que me hizo temblar, estaba tan llena de maldad y astucia satánica. Esta es una de las sonrisas que él esboza justo antes de apoderarse de su víctima, y cuando la entrampa en sus redes, esa sonrisa se vuelve cada vez más horrible.
La Gran Controversia
Por Elena G. de White
Bendiciones!
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