lunes, 7 de diciembre de 2009

La Ley y los Dos Pactos

17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.
18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.

Pero acerca de la ley de los diez mandamientos el salmista declara: "Para
siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos." (Sal. 119: 89.) Y Cristo
mismo dice: "No penséis que he venido para abrogar la ley.... De cierto os digo," y
recalca en todo lo posible su aserto, "que hasta que perezca el 381 cielo y la tierra,
ni una jota ni un tilde perecerá de la ley, hasta que todas las cosas sean hechas."
(Mat. 5: I7, 18.) En estas palabras Cristo enseña, no sólo cuáles habían sido las
demandas de la ley de Dios, y cuáles eran entonces, sino que además ellas
perdurarán tanto como los cielos y la tierra. La ley de Dios es tan inmutable como
su trono. Mantendrá sus demandas sobre la humanidad a través de todos los
siglos.
Respecto a la ley pronunciada en el Sinaí, dice Nehemías: "Sobre el monte de
Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y dísteles juicios rectos,
leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos." (Neh. 9: 13.) Y Pablo, el
apóstol de los gentiles, declara: "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento
santo, y justo, y bueno." Esta ley no puede ser otra que el Decálogo, pues es la ley
que dice: "No codiciarás." (Rom. 7: 12, 7.)
Si bien la muerte del Salvador puso fin a la ley de los símbolos y sombras no
disminuyó en lo más mínimo la obligación del hombre hacía la ley moral. Muy al
contrario, el mismo hecho de que fuera necesario que Cristo muriera para expiar la
transgresión de la ley, prueba que ésta es inmutable.
Los que alegan que Cristo vino para abrogar la ley de Dios y eliminar el Antiguo
Testamento, hablan de la era judaica como de un tiempo de tinieblas, y
representan la religión de los hebreos como una serie de meras formas y
ceremonias. Pero éste es un error. A través de todas las páginas de la historia
sagrada, donde está registrada la relación de Dios con su pueblo escogido, hay
huellas vivas del gran YO SOY. Nunca dio el Señor a los hijos de los hombres más
amplias revelaciones de su poder y gloria que cuando fue reconocido como único
soberano de Israel y dio la ley a su pueblo, Había allí un cetro que no era
empujado por manos humanas; y las majestuosas manifestaciones del invisible
Rey de Israel fueron indeciblemente grandiosas y temibles.
En todas estas revelaciones de la presencia divina, la gloria de Dios se manifestó
por medio de Cristo. No sólo cuando 382 vino el Salvador, sino a través de todos
los siglos después de la caída del hombre y de la promesa de la redención, "Dios
estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí." (2 Cor. 5: 19.) Cristo era el
fundamento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era patriarcal como
en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido
comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso el mundo en manos
de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y vindicara la
autoridad y santidad de la ley divina.
Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo.
Fue el Hijo de Dios quien dio a nuestros primeros padres la promesa de la
redención. Fue él quien se reveló a los patriarcas. Adán, Noé, Abrahán, Isaac,
Jacob, y Moisés comprendieron el Evangelio. Buscaron la salvación por medio del
Substituto y Garante del ser humano. Estos santos varones de antaño comulgaron
con el Salvador que iba a venir al mundo en carne humana; y algunos de ellos
hablaron cara a cara con Cristo y con ángeles celestiales.
Cristo no sólo fue el que dirigía a los hebreos en el desierto --el Ángel en quien
estaba el nombre de Jehová, y quien, velado en la columna de nube, iba delante
de la hueste--sino que también fue él quien dio la ley a Israel. (Véase el Apéndice,
nota 10.) En medio de la terrible gloria del Sinaí, Cristo promulgó a todo el pueblo
los diez mandamientos de la ley de su Padre, y dio a Moisés esa ley grabada en
tablas de piedra.
Fue Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas. El apóstol Pedro,
escribiendo a la iglesia cristiana, dice que los que "profetizaron de la gracia que
había de venir a vosotros, han inquirido y diligentemente buscado, escudriñando
cuándo y en qué punto de tiempo significaba el Espíritu de Cristo que estaba en
ellos, el cual prenunciaba las aflicciones que habían de venir a Cristo, y las glorias
después de ellas." (1 Ped. 1: 10, 11.) Es la voz de Cristo la que nos habla por
medio del Antiguo Testamento. "Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la
profecía." (Apoc. 19: 10.) 383
En las enseñanzas que dio cuando estuvo personalmente aquí entre los hombres,
Jesús dirigió los pensamientos del pueblo hacia el Antiguo Testamento. Dijo a los
judíos: "Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis
la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mi." (Juan 5:39.) En aquel
entonces los libros del Antiguo Testamento eran la única parte de la Biblia que
existía. Otra vez el Hijo de Dios declaró: "A Moisés y a los profetas tienen:
óiganlos." Y agregó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se
persuadirán, si alguno se levantare de los muertos." (Luc. 16:29, 31.)


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE

Bendiciones!

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