lunes, 10 de agosto de 2009

LA LECCIÓN DE BELÉN

Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le
esperan. (Heb. 9: 28).



Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacerdotes y los fariseos
de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los oráculos de Dios, habrían
podido discernir las señales de los tiempos y proclamar la venida del Mesías
prometido. La profecía de Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento. (Miq. 5: 2.)
Daniel especificaba el tiempo de su advenimiento. (Dan. 9: 25.) Dios había
encomendado estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues excusa por
no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo dicho al
pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable descuido. . . Todo el pueblo
debería haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en
saludar al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén, a dos
caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret, y que recorren toda
la longitud de la angosta calle del pueblo hasta el extremo este de la ciudad,
buscando en vano lugar de descanso y abrigo para la noche. Ninguna puerta se
abre para recibirlos. En un miserable cobertizo para el ganado, encuentran al fin
un refugio, y allí fue donde nació el Salvador del mundo. . .
No hay señales de que se espere a Cristo ni preparativos para recibir al Príncipe
de la vida. Asombrado, el mensajero celestial está a punto de volverse al cielo con
la vergonzosa noticia, cuando descubre un grupo de pastores que están cuidando
sus rebaños durante la noche, y que al contemplar el cielo estrellado, meditan en
la profecía de un Mesías que debe venir a la tierra y anhelan el advenimiento del
Redentor del mundo. Aquí tenemos un grupo de seres humanos preparados para
recibir el mensaje celestial. Y de pronto aparece el ángel del Señor proclamando
las buenas nuevas de gran gozo...
¡Oh! ¡Qué lección encierra esta maravillosa historia de Belén! ¡Qué reconvención
para nuestra incredulidad, nuestro orgullo y amor propio! ¡Cómo nos amonesta a
que tengamos cuidado, no sea que por nuestra criminal indiferencia, nosotros
también dejemos de discernir las señales de los tiempos, y no conozcamos el día
de nuestra visitación!*

¡MARANATA: EL SEÑOR VIENE!

`Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos`

No hay comentarios: