Apoc. 22: 20
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí,
ven, Señor Jesús.
La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus verdaderos
discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse en el Monte de las
Olivas, de que volvería, iluminó el porvenir de sus discípulos al llenar sus
corazones de una alegría y una esperanza que las penas no podían apagar ni las
pruebas disminuir. Entre los sufrimientos y las persecuciones, "la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" era la "esperanza
bienaventurada". Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados por el dolor,
enterraban a sus amados que habían esperado vivir hasta ser testigos de la
venida del Señor, Pablo, su maestro, les recordaba la resurrección, que había de
verificarse cuando viniese el Señor. Entonces los que hubiesen muerto en Cristo
resucitarían, y juntamente con los vivos serían arrebatados para recibir a Cristo en
el aire. "Y así -dijo- estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos
a los otros con estas palabras" (1 Tes. 4: 16-18). . .
Desde la cárcel, la hoguera y el patíbulo, donde los santos y los mártires dieron
testimonio de la verdad, llega hasta nosotros a través de los siglos la expresión de
su fe y esperanza. Estando "seguros de la resurrección personal de Cristo, y, por
consiguiente, de la suya propia, a la venida de Aquel -como dice uno de estos
cristianos-, ellos despreciaban la muerte y la superaban" (Daniel T. Taylor, The
Reign of Christ on Earth or the Voice of the Church in all Ages, pág. 33). Estaban
dispuestos a bajar a la tumba, a fin de que pudiesen "resucitar libertados".
Esperaban al "Señor que debía venir del cielo entre las nubes con la gloria de su
Padre", "trayendo para los justos el reino eterno". Los valdenses acariciaban la
misma fe. Wiclef aguardaba la aparición del Redentor como la esperanza de la
iglesia (Id., págs. 54, 129-134).
En la isla peñascosa de Patmos, el discípulo amado oyó la promesa: "Ciertamente
vengo en breve". Y su anhelante respuesta expresa la oración que la iglesia
exhaló durante toda su peregrinación: ¡"Ven, Señor Jesús"! (Apoc. 22: 20).
¡MARANATA: EL SEÑOR VIENE!
`El que habita al abrigo del Altísimo Morará bajo la sombra del Omnipotente.`
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