miércoles, 21 de octubre de 2009

La oveja perdida

La oveja perdida
En esta ocasión Cristo no recordó a sus oyentes las palabras de las Escrituras.
Recurrió al testimonio de lo que ellos mismos conocían. Las extensas mesetas situadas
al este del Jordán proporcionaban abundantes pastos para los rebaños, y por los
desfiladeros y colinas boscosas habían vagado muchas ovejas perdidas, que eran
buscadas y traídas de vuelta por el cuidado del pastor. En el grupo que rodeaba a
Jesús había pastores, y también hombres que habían invertido dinero en rebaños y
manadas, y todos podían apreciar su ilustración "¿Qué hombre de vosotros, teniendo
146 cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y
va a la que se perdió, hasta que la halle?"
Estas almas a quienes despreciáis, dijo Jesús, pertenecen a Dios. Son suyas por la
creación y la redención, y son de valor a su vista. Así como el pastor ama a sus ovejas,
y no puede descansar cuando le falta aunque sólo sea una, así, y en un grado
infinitamente superior, Dios ama a toda alma descarriada. Los hombres pueden negar
el derecho de su amor, pueden apartarse de él, pueden escoger otro amo; y sin
embargo son de Dios, y él anhela recobrar a los suyos. Dice: "Como reconoce su
rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis
ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y
de la oscuridad".*
En la parábola, el pastor va en busca de una oveja, la más pequeñita de todas. Así
también, si sólo hubiera habido un alma perdida, Cristo habría muerto por esa sola.
La oveja que se ha descarriado del redil es la más impotente de todas las criaturas. El
pastor debe buscarla, pues ella no puede encontrar el camino de regreso. Así también
el alma que se ha apartado de Dios, es tan impotente como la oveja perdida, y si el
amor divino no hubiera ido en su rescate, nunca habría encontrado su camino hacia
Dios.
El pastor que descubre que falta una de sus ovejas, no mira descuidadamente el
rebaño que está seguro y dice: "Tengo noventa y nueve, y me sería una molestia
demasiado grande ir en busca de la extraviada. Que regrese, y yo abriré la puerta del
redil y la dejaré entrar". No; tan pronto como se extravía la oveja, el pastor se llena de
pesar y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y no dormita cuando descubre que se
ha perdido una oveja. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la
perdida. Cuanto más oscura y tempestuosa es la noche, 147 y más peligroso el
camino, tanto mayor es la ansiedad del pastor y más ferviente su búsqueda. Hace
todos los esfuerzos posibles por encontrar esa sola oveja perdida.
Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa
por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su
propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja
está por morir. Al fin es recompensado su esfuerzo; encuentra la perdida. Entonces no
la reprende porque le ha causado tanta molestia. No la arrea con un látigo. Ni aun
intenta conducirla al redil. En su gozo pone la temblorosa criatura sobre sus hombros;
si está magullada y herida, la toma en sus brazos, la aprieta contra su pecho, para que
le dé vida el calor de su corazón. Agradecido porque su búsqueda no ha sido vana, la
lleva de vuelta al redil.
Gracias a Dios, él no ha presentado a nuestra imaginación el cuadro de un pastor que
regresa dolorido sin la oveja. La parábola no habla de fracaso, sino de éxito y gozo en
la recuperación. Aquí está la garantía divina de que no es descuidada o dejada al
desamparo ni aun una de las ovejas descarriadas del aprisco de Dios. Cristo rescatará
del hoyo de la corrupción y de las zarzas del pecado a todo el que tenga el deseo de
ser redimido.
Alma desalentada, anímate aunque hayas obrado impíamente. No pienses que quizá
Dios perdonará tus transgresiones y permitirá que vayas a su presencia. Dios ha dado
el primer paso. Aunque te habías rebelado contra él, salió a buscarte. Con el tierno
corazón del pastor, dejó las noventa y nueve y salió al desierto a buscar la que se
había perdido. Toma en sus brazos de amor al alma lastimada, herida y a punto de
morir, y gozosamente la lleva al aprisco de la seguridad.


PALABRAS DE VIDA DEL GRAN MAESTRO
ELENA G. DE WHITE

Bendiciones

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