jueves, 22 de octubre de 2009

La dracma perdida

La dracma perdida
Después de presentar la parábola de la oveja perdida, Cristo narró otra, diciendo:
"¿Qué mujer que tiene diez dracmas, sí perdiere una dracma, no enciende el candil, y
barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarla?"
En el Oriente, las casas de los pobres por lo general consistían en una sola habitación,
con frecuencia sin ventanas y oscura. Raras veces se barría la pieza, y una moneda al
caer al suelo quedaba rápidamente cubierta por el polvo y la basura. Aun de día, para
poderla encontrar, debía encenderse una vela y barrerse diligentemente la casa.
La dote matrimonial de la esposa consistía por lo general en monedas, que ella
preservaba cuidadosamente como su posesión más querida, para transmitirla a sus
hijas. La pérdida de una de esas monedas era considerada como una grave calamidad,
y el recobrarla causaba un gran regocijo que compartían de buen grado las vecinas.
"Cuando la hubiere hallado -dijo Cristo-, junta a las amigas y las vecinas, diciendo:
Dadme el parabién, porque he hallado la dracma que había perdido. Así os digo que
hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente".
Esta parábola, como la anterior, presenta la pérdida de algo que mediante una
búsqueda adecuada se puede recobrar, y eso con gran gozo. Pero las dos parábolas
152 representan diferentes clases de personas. La oveja extraviada sabe que está
perdida. Se ha apartado del pastor y del rebaño y no puede volver. Representa a los
que comprenden que están separados de Dios, que se hallan dentro de una nube de
perplejidad y humillación, y se ven grandemente tentados. La moneda perdida
simboliza a los que están perdidos en sus faltas y pecados, pero no comprenden su
condición. Están apartados de Dios, pero no lo saben. Sus almas están en peligro, pero
son inconscientes e indiferentes. En esta parábola, Cristo enseña que aun los
indiferentes a los requerimientos de Dios, son objeto de su compasivo amor. Han de
ser buscados para que puedan ser llevados de vuelta a Dios. La oveja se extravió del
rebaño; estuvo perdida en el desierto o en las montañas. La dracma se perdió en la
casa. Estaba a la mano, pero sólo podía ser recobrada mediante una búsqueda
diligente.
Esta parábola tiene una lección para las familias. Con frecuencia hay gran descuido en
el hogar respecto al alma de sus miembros. Entre ellos quizá haya uno que está
apartado de Dios; pero cuán poca ansiedad se experimenta, a fin de que en la relación
familiar no se pierda uno de los dones confiados por Dios.
La moneda, aunque se encuentre entre el polvo y la basura, es siempre una pieza de
plata, Su dueño la busca porque es de valor. Así toda alma, aunque degradada por el
pecado, es considerada preciosa a la vista de Dios. Así como la moneda lleva la
imagen e inscripción de las autoridades, también el hombre, al ser creado, llevaba la
imagen y la inscripción de Dios, y aunque ahora está malograda y oscurecida por la
influencia del pecado, quedan aun en cada alma los rastros de esa inscripción. Dios
desea recobrar esa alma, y volver a escribir en ella su propia imagen en justicia y
santidad.
La mujer de la parábola busca diligentemente su moneda perdida. Enciende el candil y
barre la casa. Quita 153 todo lo que pueda obstruir su búsqueda. Aunque sólo ha
perdido una dracma, no cesará en sus esfuerzos hasta encontrarla. Así también en la
familia, si uno de los miembros se pierde para Dios, deben usarse todos los medios
para rescatarlo. Practiquen todos los demás un diligente y cuidadoso examen propio.
Investíguese el proceder diario. Véase si no hay alguna falta o error en la dirección del
hogar, por el cual esa alma se empecina en su impenitencia.
Los padres no deben descansar si en su familia hay un hijo que vive inconsciente de su
estado pecaminoso. Enciéndase el candil. Escudríñese la Palabra de Dios, y al amparo
de su luz examínese diligentemente todo lo que hay en el hogar para ver por qué está
perdido ese hijo. Escudriñen los padres su propio corazón, examinen sus hábitos y
prácticas. Los hijos son la herencia del Señor, y somos responsables ante él por el
manejo de su propiedad.

PALABRAS DE VIDA DEL GRAN MAESTRO
ELENA G. DE WHITE

Bendiciones!

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