La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe
vuestro corazón, ni tenga miedo. ( S. Juan 14: 27 ).
Antes que nuestro Señor entrara en su agonía de la cruz, expresó esta disposición. No
tenía plata ni oro ni casas que dejar a sus discípulos. Era un hombre pobre en lo que se
refiere a posesiones terrenales. Pocos en Jerusalén eran tan pobres como El. Pero
dejó a sus discípulos un don mucho más rico que el que alguna monarquía terrenal
pudiera conceder a sus ciudadanos. "La paz os dejo, mi paz os doy dijo; yo no os la
doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo".
El les dejó la paz que había gozado durante su vida sobre la tierra; la que había estado
con El en medio de la pobreza, el escarnio y la persecución, y la que iba a estar con El
durante su agonía en el Getsemaní y sobre la cruel cruz.
La vida del Salvador sobre la tierra, aunque vivida en medio del conflicto, era una vida
de paz. Aunque los airados enemigos estaban constantemente persiguiéndolo, El dijo:
"Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo
hago siempre lo que le agrada" (S. Juan 8: 29). Ninguna tormenta de ira satánica podía
perturbar la calma de esa perfecta comunión con Dios. Y El nos dice: "Mi paz os doy".
Quienes se tomen de la palabra de Cristo, y sometan sus almas a los mandatos de El,
sus vidas a las órdenes de El, encontrarán paz y quietud. Nada del mundo puede
hacerlos apesadumbrarse cuando Jesús los alegra con su presencia. En la perfecta
entrega hay perfecta confianza. El Señor dice: "Tú guardarás en completa paz a aquel
cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado" (Isaías 26: 3).
La experiencia de cada hombre da testimonio de la verdad de las palabras de la
Escritura: "Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse
quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo". (Isaías 57: 20). El pecado ha destruido
nuestra paz. . . Ningún poder humano puede controlar las poderosas pasiones del
corazón. Estamos tan desvalidos aquí como lo estuvieron los discípulos para aquietar
la furiosa tormenta. Pero quien ordenó la paz a las olas de Galilea, ha dicho la palabra
de paz para cada alma. No importa cuán feroz sea la tempestad, quienes se vuelven a
Jesús clamando."Señor, sálvanos" encontrarán liberación. Su gracia, que reconcilia el
alma con Dios, aquieta las contiendas de la pasión humana, y en su amor el corazón
encuentra descanso. "Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. . . Y
así los guía al puerto que deseaban" (Salmos 107: 29).
El corazón que está en armonía con Dios es partícipe de la paz del Cielo, y difundirá su
bendita influencia a su alrededor. El espíritu de paz descansará como rocío sobre los
corazones cansados y cargados con la lucha mundanal. Signs of the Times, 27 de
diciembre de 1905. 271
REFLEJEMOS A JESÚS
ELENA G. DE WHITE
BENDICIONES
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1 comentario:
muy bien por ese articulo....bendiciones....
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