lunes, 15 de febrero de 2010

MOISES

"Y aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de
Israel suspiraron a causa de la servidumbre, y clamaron: y subió a Dios el clamor
de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y acordóse
de su pacto con Abrahán, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y
reconociólos Dios." La época de la liberación de Israel había llegado. Pero el
propósito de Dios había de cumplirse de tal manera que mostrara la insignificancia
del orgullo humano. El libertador había de ir adelante como humilde pastor con
sólo un cayado en la mano; pero Dios haría de ese cayado el símbolo de su poder.
Un día, mientras apacentaba sus rebaños cerca de Horeb, "monte de Dios,"
Moisés vio arder una zarza; sus ramas, su follaje, su tallo, todo ardía, y sin
embargo, no parecía consumirse. Se aproximó para ver esa maravillosa escena,
cuando una voz procedente de las llamas le llamó por su nombre. Con labios
trémulos contestó: "Heme aquí." Se le amonestó a no acercarse irreverentemente:
"Quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es....
Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob." Era el
que, como Ángel del pacto, se había revelado a los padres en épocas pasadas.
"Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios."
La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los
que se allegan a la presencia de 257 Dios. En el nombre de Jesús podemos
acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la
presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se
dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como
si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de
Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano
terrenal. Los tales debieran recordar que están ante la vista de Aquel a quien los
serafines adoran, y ante quien los ángeles cubren su rostro. A Dios se le debe
reverenciar grandemente; todo el que verdaderamente reconozca su presencia se
inclinará humildemente ante él, y como Jacob cuando contempló la visión de Dios,
exclamará: "¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y
puerta del cielo." (Gén. 28:17.)
Mientras Moisés esperaba ante Dios con reverente temor, las palabras
continuaron: "Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído
su clamor a causa de sus exactores; pues tengo conocidas sus angustias: y he
descendido para librarlos de mano de los Egipcios, y sacarlos de aquella tierra a
una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel.... Ven por tanto ahora, y
enviarte he a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto."
Sorprendido y asustado por este mandato, Moisés retrocedió diciendo: "¿Quién
soy yo, para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?" La
contestación fue: "Yo seré contigo; y esto te será por señal de que yo te he
enviado: luego que hubieres sacado este pueblo de Egipto, serviréis a Dios sobre
este monte."
Moisés pensó en las dificultades que habría de encontrar, en la ceguedad, la
ignorancia y la incredulidad de su pueblo, entre el cual muchos casi no conocían a
Dios. Dijo: "He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo, el Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros; si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su
nombre? ¿qué les responderé?" La 258 contestación fue: "YO SOY EL QUE
SOY." "Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros."


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE

Bendiciones!

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