En todos los escogidos por Dios para llevar a cabo alguna obra para él, se notó el
elemento humano. Sin embargo, no fueron personas de hábitos y caracteres
estereotipados, que 255 se conformaran con permanecer en esa condición.
Deseaban fervorosamente obtener sabiduría de Dios, y aprender a servirle. Dice el
apóstol: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual
da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada." (Sant. 1: 5.) Pero Dios
no dará luz divina al hombre mientras éste se halle contento con permanecer en
las tinieblas. Para recibir ayuda de Dios, el hombre debe reconocer su debilidad y
deficiencia; debe esforzarse por realizar el gran cambio que ha de verificarse en
él; debe comprender el valor de la oración y del esfuerzo perseverantes. Los
malos hábitos y costumbres deben desterrarse; y sólo mediante un decidido
esfuerzo por corregir estos errores y someterse a los sanos principios, se puede
alcanzar la victoria. Muchos no llegan a la posición que podrían ocupar porque
esperan que Dios haga por ellos lo que él les ha dado poder para hacer por sí
mismos. Todos los que están capacitados para ser de utilidad deben ser educados
mediante la más severa disciplina mental y moral; y Dios les ayudará, uniendo su
poder divino al esfuerzo humano.
Enclaustrado dentro de los baluartes que formaban las montañas, Moisés estaba
solo con Dios. Los magníficos templos de Egipto ya no le impresionaban con su
falsedad y superstición. En la solemne grandeza de las colinas sempiternas
percibía la majestad del Altísimo, y por contraste, comprendía cuán impotentes e
insignificantes eran los dioses de Egipto. Por doquiera veía escrito el nombre del
Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia, eclipsado por su poder.
Allí fueron barridos su orgullo y su confianza propia. En la austera sencillez de su
vida del desierto, desaparecieron los resultados de la comodidad y el lujo de
Egipto. Moisés llegó a ser paciente, reverente y humilde, "muy manso, más que
todos los hombres que había sobre la tierra" (Núm. 12: 3), y sin embargo, era
fuerte en su fe en el poderoso Dios de Jacob.
A medida que pasaban los años y erraba con sus rebaños 256 por lugares
solitarios, meditando acerca de la condición oprimida en que vivía su pueblo,
Moisés repasaba el trato de Dios hacia sus padres, las promesas que eran la
herencia de la nación elegida, y sus oraciones en favor de Israel ascendían día y
noche. Los ángeles celestiales derramaban su luz en su derredor. Allí, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, escribió el libro de Génesis. Los largos años que
pasó en medio de las soledades del desierto fueron ricos en bendiciones, no sólo
para Moisés y su pueblo, sino también para el mundo de todas las edades
subsiguientes.
HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE
Bendiciones
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario