domingo, 28 de febrero de 2010

LA CRUZ DEL CALVARIO

Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. (Luc. 23: 33).

La cruz del Calvario es una poderosa exhortación que nos da una razón por la cual debiéramos amar a Cristo ahora y por qué debiéramos considerarlo primero, lo mejor y último en todas las cosas. Debiéramos ocupar el lugar que nos corresponde, humildemente arrepentidos, al pie de la cruz. Podemos aprender una lección de humildad y mansedumbre al subir al Calvario, contemplar la cruz y ver la agonía de nuestro Salvador, el Hijo de Dios que muere, el Justo por los injustos. Contemplad a Aquel que, con una palabra, podía convocar a legiones de ángeles para que lo ayudaran, sometido al vilipendio, burla, oprobio y odio. Se entregó a sí mismo por el pecado. Cuando lo Vilipendiaban, no amenazaba; cuando fue falsamente acusado, no abrió su boca. Oró en la cruz por sus asesinos. Murió por ellos, pagando un precio infinito por cada uno de ellos. No quiere perder a uno solo de los que ha comprado a un precio tan elevado. Sin un solo murmullo, se entregó para ser herido y azotado. Y esa víctima que no se queja es el Hijo de Dios...

El hijo de Dios fue rechazado, y despreciado por nosotros. Al ver plenamente la cruz, al contemplar por fe los sufrimientos de Cristo, ¿podéis narrar vuestra historia de dolor y vuestras pruebas? ¿Podéis alimentar la venganza contra vuestros enemigos en vuestro corazón mientras la oración de Cristo sale de sus labios pálidos, y temblorosos en favor de sus escarnecedores, de sus asesinos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (vers. 34 )?...
Ya es sobrado tiempo de que dediquemos las pocas horas que nos quedan del tiempo de gracia para lavar las ropas de nuestro carácter y emblanquecerlas en la sangre del Cordero, a fin de que seamos de esa multitud cubierta de mantos blancos que estará en pie delante del gran trono blanco (Review and Herald, 2-8-1881).


Elena G de White - A fin de conocerle


Dios les bendiga

jueves, 25 de febrero de 2010

Fui a unas conferencias ...

Hola estimados hermanos y visitantes de este blog, hoy precisamente acudí a unas conferencias de la iglesia que se llevan a cabo cercas de mi casa. Y bueno, me siento triste que no me haya sentido agusto alli, ¿por qué? por que sé que esa música que ponen alli poco a poco ha sustituído los himnos adventistas del séptimo día. Por que pareciera que con el fin de atraer a las masas tenemos que ocultar la genuina adoración a Dios. También me sentí mal que no se haya iniciado con oración para pedir la presencia del Espíritu Santo, y que se comenzara a hablar de la virtud en vez del plan de salvación. Me parece muy lamentable que una persona que se llame cristiana tenga que hablar de psicología y de virtudes para llevar a otros a Jesús. Simplemente eso no tiene excusa. Los perdidos necesitan conocer el plan de salvación, necesitan conocer de lo que Jesús vino a este mundo a hacer, y en cambio de eso, se comienza a hablar de cuestiones psicológicas, como si se tratase de técnicas de superación personal.

Así que me tuve que retirar de alli, disculpen mi falta de paciencia pero me causa gran tristeza esta forma de rebajar del mensaje del salvación con el fin de hacer del cristianismo un "Six Flags acerca de Jesús" como dice Paul Washer, donde todo es divertido, donde el mundo es el invitado de honor, y lo único importante es que la pases bien no importando tu preparación personal para el gran día de la venida de Jesús.

Me siento triste por esta situación de no sentirme agusto en un lugar donde se suponía que debía estarlo. Algunos me critican el hecho de que me la paso triste, pero yo no veo otra manera de estarlo viéndome a mi mismo en una situación tan peligrosa ante Dios y viendo a mis hermanos y a mi iglesia en la misma situación. Para mi es una agonía como lo dice David Wilkerson, por que me doy cuenta que es un rotundo desconocimiento de Dios como lo predica el Pr. Carlos Salomé.

Les dejo esta cita de Elena G de White que me parece muy importante recordar:

"El enemigo de las almas ha procurado introducir la suposición de que había de realizarse una gran reforma entre los adventistas del séptimo día, y que esa reforma consistiría en renunciar a las doctrinas que están en pie como las columnas de nuestra fe y que había de comenzar un proceso de reorganización. Si se efectuara esta reforma, ¿qué resultaría? Los principios de verdad que Dios en su sabiduría ha dado a la iglesia remanente serían descartados. Sería cambiada nuestra religión. Los principios fundamentales que han sostenido la obra durante los últimos cincuenta años serían considerados como error. Se establecería una nueva organización. Se escribirían libros de una nueva orientación. Se introduciría un sistema de filosofía intelectual. Los fundadores de ese sistema irían a las ciudades y harían una obra maravillosa. Por supuesto, se tendría poco en cuenta el sábado y también al Dios que lo creó. No se permitiría que nada se interpusiera en el camino del nuevo movimiento. Los dirigentes enseñarían que la virtud es mejor que el vicio, pero habiendo puesto de lado a Dios, resolverían depender del poder humano, que no tiene valor sin Dios. Su fundamento estaría edificado sobre la arena, y la tormenta y la tempestad barrerían la estructura. ¿Quién tiene autoridad para comenzar un movimiento tal? Tenemos nuestras Biblias. Tenemos nuestra experiencia, testificada por la operación milagrosa del Espíritu Santo. Tenemos una verdad que no admite transigencias. ¿No repudiaremos todo lo que no esté en armonía con esa verdad ?

Vacilé y me demoré en enviar lo que el Espíritu de Dios me impelía a escribir. No quería ser compelida a presentar la influencia desorientadora de esas falsedades. Pero en la providencia de Dios los errores que han estado entrando debían ser afrontados."

Fuente: Elena G. de White - Mensajes selectos tomo 1 - Cuarta parte - Que prediques la palabra - 25. El fundamento de nuestra fe.



Dios les bendiga

miércoles, 24 de febrero de 2010

Una visión del Hijo del Hombre

Apocalipsis.

1:9 Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
1:10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,
1:11 que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.
1:12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
1:13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.
1:14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego;
1:15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
1:16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
1:17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último;
1:18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
1:19 Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
1:20 El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.

Dios les bendiga

lunes, 15 de febrero de 2010

MOISES

"Y aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de
Israel suspiraron a causa de la servidumbre, y clamaron: y subió a Dios el clamor
de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y acordóse
de su pacto con Abrahán, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y
reconociólos Dios." La época de la liberación de Israel había llegado. Pero el
propósito de Dios había de cumplirse de tal manera que mostrara la insignificancia
del orgullo humano. El libertador había de ir adelante como humilde pastor con
sólo un cayado en la mano; pero Dios haría de ese cayado el símbolo de su poder.
Un día, mientras apacentaba sus rebaños cerca de Horeb, "monte de Dios,"
Moisés vio arder una zarza; sus ramas, su follaje, su tallo, todo ardía, y sin
embargo, no parecía consumirse. Se aproximó para ver esa maravillosa escena,
cuando una voz procedente de las llamas le llamó por su nombre. Con labios
trémulos contestó: "Heme aquí." Se le amonestó a no acercarse irreverentemente:
"Quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es....
Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob." Era el
que, como Ángel del pacto, se había revelado a los padres en épocas pasadas.
"Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios."
La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los
que se allegan a la presencia de 257 Dios. En el nombre de Jesús podemos
acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la
presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros. Algunos se
dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz inaccesible, como
si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se comportan en la casa de
Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de audiencias de un soberano
terrenal. Los tales debieran recordar que están ante la vista de Aquel a quien los
serafines adoran, y ante quien los ángeles cubren su rostro. A Dios se le debe
reverenciar grandemente; todo el que verdaderamente reconozca su presencia se
inclinará humildemente ante él, y como Jacob cuando contempló la visión de Dios,
exclamará: "¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y
puerta del cielo." (Gén. 28:17.)
Mientras Moisés esperaba ante Dios con reverente temor, las palabras
continuaron: "Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído
su clamor a causa de sus exactores; pues tengo conocidas sus angustias: y he
descendido para librarlos de mano de los Egipcios, y sacarlos de aquella tierra a
una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel.... Ven por tanto ahora, y
enviarte he a Faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto."
Sorprendido y asustado por este mandato, Moisés retrocedió diciendo: "¿Quién
soy yo, para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?" La
contestación fue: "Yo seré contigo; y esto te será por señal de que yo te he
enviado: luego que hubieres sacado este pueblo de Egipto, serviréis a Dios sobre
este monte."
Moisés pensó en las dificultades que habría de encontrar, en la ceguedad, la
ignorancia y la incredulidad de su pueblo, entre el cual muchos casi no conocían a
Dios. Dijo: "He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo, el Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros; si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su
nombre? ¿qué les responderé?" La 258 contestación fue: "YO SOY EL QUE
SOY." "Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros."


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE

Bendiciones!

miércoles, 10 de febrero de 2010

MOISES

En todos los escogidos por Dios para llevar a cabo alguna obra para él, se notó el
elemento humano. Sin embargo, no fueron personas de hábitos y caracteres
estereotipados, que 255 se conformaran con permanecer en esa condición.
Deseaban fervorosamente obtener sabiduría de Dios, y aprender a servirle. Dice el
apóstol: "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual
da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada." (Sant. 1: 5.) Pero Dios
no dará luz divina al hombre mientras éste se halle contento con permanecer en
las tinieblas. Para recibir ayuda de Dios, el hombre debe reconocer su debilidad y
deficiencia; debe esforzarse por realizar el gran cambio que ha de verificarse en
él; debe comprender el valor de la oración y del esfuerzo perseverantes. Los
malos hábitos y costumbres deben desterrarse; y sólo mediante un decidido
esfuerzo por corregir estos errores y someterse a los sanos principios, se puede
alcanzar la victoria. Muchos no llegan a la posición que podrían ocupar porque
esperan que Dios haga por ellos lo que él les ha dado poder para hacer por sí
mismos. Todos los que están capacitados para ser de utilidad deben ser educados
mediante la más severa disciplina mental y moral; y Dios les ayudará, uniendo su
poder divino al esfuerzo humano.
Enclaustrado dentro de los baluartes que formaban las montañas, Moisés estaba
solo con Dios. Los magníficos templos de Egipto ya no le impresionaban con su
falsedad y superstición. En la solemne grandeza de las colinas sempiternas
percibía la majestad del Altísimo, y por contraste, comprendía cuán impotentes e
insignificantes eran los dioses de Egipto. Por doquiera veía escrito el nombre del
Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia, eclipsado por su poder.
Allí fueron barridos su orgullo y su confianza propia. En la austera sencillez de su
vida del desierto, desaparecieron los resultados de la comodidad y el lujo de
Egipto. Moisés llegó a ser paciente, reverente y humilde, "muy manso, más que
todos los hombres que había sobre la tierra" (Núm. 12: 3), y sin embargo, era
fuerte en su fe en el poderoso Dios de Jacob.
A medida que pasaban los años y erraba con sus rebaños 256 por lugares
solitarios, meditando acerca de la condición oprimida en que vivía su pueblo,
Moisés repasaba el trato de Dios hacia sus padres, las promesas que eran la
herencia de la nación elegida, y sus oraciones en favor de Israel ascendían día y
noche. Los ángeles celestiales derramaban su luz en su derredor. Allí, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, escribió el libro de Génesis. Los largos años que
pasó en medio de las soledades del desierto fueron ricos en bendiciones, no sólo
para Moisés y su pueblo, sino también para el mundo de todas las edades
subsiguientes.


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS

ELENA G. DE WHITE

Bendiciones

domingo, 7 de febrero de 2010

Llamamiento de Moisés

Éxodo 3
1 Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.
2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.
3 Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.
4 Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: !!Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.
5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.
6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.
7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,
8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.
9 El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.
10 Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.
11 Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?
12 Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.
13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?
14 Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.
15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová,el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.
16 Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto;
17 y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel.
18 Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios.
19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte.
20 Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir.
21 Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías;
22 sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.

Bendiciones.

jueves, 4 de febrero de 2010

Artajerjes envía a Nehemías a Jerusalén

Nehemías 2

1 Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia,
2 me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera.
3 Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?
4 Me dijo el rey: ¿Qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos,
5 y dije al rey: Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres, y la reedificaré.
6 Entonces el rey me dijo (y la reina estaba sentada junto a él): ¿Cuánto durará tu viaje, y cuándo volverás? Y agradó al rey enviarme, después que yo le señalé tiempo.
7 Además dije al rey: Si le place al rey, que se me den cartas para los gobernadores al otro lado del río, para que me franqueen el paso hasta que llegue a Judá;
8 y carta para Asaf guarda del bosque del rey, para que me dé madera para enmaderar las puertas del palacio de la casa, y para el muro de la ciudad, y la casa en que yo estaré. Y me lo concedió el rey, según la benéfica mano de mi Dios sobre mí.
9 Vine luego a los gobernadores del otro lado del río, y les di las cartas del rey. Y el rey envió conmigo capitanes del ejército y gente de a caballo.
10 Pero oyéndolo Sanbalat horonita y Tobías el siervo amonita, les disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de Israel.

Nehemías anima al pueblo a reedificar los muros

11 Llegué, pues, a Jerusalén, y después de estar allí tres días,
12 me levanté de noche, yo y unos pocos varones conmigo, y no declaré a hombre alguno lo que Dios había puesto en mi corazón que hiciese en Jerusalén; ni había cabalgadura conmigo, excepto la única en que yo cabalgaba.
13 Y salí de noche por la puerta del Valle hacia la fuente del Dragón y a la puerta del Muladar; y observé los muros de Jerusalén que estaban derribados, y sus puertas que estaban consumidas por el fuego.
14 Pasé luego a la puerta de la Fuente, y al estanque del Rey; pero no había lugar por donde pasase la cabalgadura en que iba.
15 Y subí de noche por el torrente y observé el muro, y di la vuelta y entré por la puerta del Valle, y me volví.
16 Y no sabían los oficiales a dónde yo había ido, ni qué había hecho; ni hasta entonces lo había declarado yo a los judíos y sacerdotes, ni a los nobles y oficiales, ni a los demás que hacían la obra.
17 Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio.
18 Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien.
19 Pero cuando lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis vosotros? ¿Os rebeláis contra el rey?
20 Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén.

Bendiciones!

lunes, 1 de febrero de 2010

Oración de Nehemías sobre Jerusalén

Nehemías 1

1 Palabras de Nehemías hijo de Hacalías. Aconteció en el mes de Quisleu, en el año veinte, estando yo en Susa, capital del reino,
2 que vino Hanani, uno de mis hermanos, con algunos varones de Judá, y les pregunté por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén.
3 Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego.
4 Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos.
5 Y dije: Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos;
6 esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado.
7 En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.
8 Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos;
9 pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.
10 Ellos, pues, son tus siervos y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran poder, y con tu mano poderosa.
11 Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón. Porque yo servía de copero al rey.

Bendiciones