lunes, 15 de marzo de 2010

YO SOY me ha enviado a vosotros."

Se le ordenó a Moisés que reuniera primero a los ancianos de Israel, a los más
nobles y rectos de entre ellos, a los que habían lamentado durante mucho tiempo
su servidumbre, y que les declarase el mensaje de Dios, con la promesa de la
liberación. Después había de ir con los ancianos ante el rey, y decirle: "Jehová, el
Dios de los Hebreos, nos ha encontrado; por tanto nosotros iremos ahora camino
de tres días por el desierto, para que sacrifiquemos a Jehová nuestro Dios."
A Moisés se le había prevenido que Faraón se opondría a la súplica de permitir la
salida de Israel. Sin embargo, el ánimo del siervo de Dios no debía decaer; porque
el Señor haría de ésta, una ocasión para manifestar su poder ante los egipcios y
ante su pueblo. "Empero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis
maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir."
También se le dieron instrucciones acerca de las medidas que había de tomar
para el viaje. El Señor declaró: "Yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los
Egipcios, para que cuando os partierais, no salgáis vacíos: sino que demandará
cada mujer a su vecina y a su huéspeda vasos de plata, vasos de oro, y vestidos."
Los egipcios se habían enriquecido mediante el trabajo exigido injustamente a los
israelitas, y como éstos habían de emprender su viaje hacia su nueva morada, era
justo que reclamaran la remuneración de sus años de trabajo. Por lo tanto habían
de pedir artículos de valor, que pudieran transportarse fácilmente, y Dios les daría
favor ante los egipcios. Los poderosos milagros realizados para su liberación iban
a infundir terror entre los opresores, de tal manera que lo solicitado por los siervos
sería otorgado.
Moisés veía ante sí dificultades que le parecían insalvables. ¿Qué prueba podría
dar a su pueblo de que realmente iba como enviado de Dios? "He aquí -dijo- que
ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido 259
Jehová." Entonces Dios le dio una evidencia que apelaba a sus propios sentidos.
Le dijo que arrojara su vara al suelo. Al hacerlo, convirtióse en una serpiente"
(V.M., véase el Apéndice, nota 3), "y Moisés huía de ella." Dios le ordenó que la
tomara, y en su mano "tornóse vara." Le mandó que pusiese su mano en su seno.
Obedeció y "he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve." Cuando le dijo
que volviera a ponerla en su seno, al sacarla encontró que se había vuelto de
nuevo como la otra. Mediante estas señales, el Señor aseguró a Moisés que su
propio pueblo, así como también Faraón, se convencerían de que Uno más
poderoso que el rey de Egipto se manifestaba entre ellos.
Pero el siervo de Dios todavía estaba anonadado por la obra extraña y maravillosa
que se le pedía que hiciera. Acongojado y temeroso, alegó como excusa su falta
de elocuencia. Dijo: "¡Ay Señor! yo no soy hombre de palabras de ayer ni de
anteayer, ni aun desde que tú hablas a tu siervo;. porque soy tardo en el habla y
torpe de lengua." Había estado tanto tiempo alejado de los egipcios que ya no
tenía un conocimiento claro de su idioma ni lo usaba con soltura como cuando
estaba entre ellos.
El Señor le dijo: "¿Quién dio la boca al hombre? ¿no soy yo Jehová?" Y se le
volvió a asegurar la ayuda divina: "Ahora pues, ve, que yo seré en tu boca, y te
enseñaré lo que hayas de hablar."
Pero Moisés insistió en que se escogiera a una persona más competente. Estas
excusas procedían al principio de su humildad y timidez; pero una vez que el
Señor le hubo prometido quitar todas las dificultades y darle éxito, toda evasiva o
queja referente a su falta de preparación demostraba falta de confianza en Dios.
Entrañaba un temor de que Dios no tuviera capacidad para prepararlo para la gran
obra a la cual le había llamado, o que había cometido un error en la selección del
hombre.
Dios le indicó a Moisés que se uniese a su hermano mayor, 260 Aarón, quien,
debido a que había estado usando diariamente la lengua egipcia, podía hablarla
perfectamente. Se le dijo que Aarón vendría a su encuentro. Las siguientes
palabras del Señor fueron una orden perentoria: "Tú hablarás a él, y pondrás en su
boca las palabras, y yo seré en tu boca y en la suya, y os enseñaré lo que hayáis
de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; y él te será a ti en lugar de boca, y tú serás
para él en lugar de Dios. Y tomarás esta vara en tu mano, con la cual harás las
señales." Moisés no pudo oponerse más; pues todo fundamento para las excusas
había desaparecido.
El mandato divino halló a Moisés sin confianza en sí mismo, tardo para hablar y
tímido. Estaba abrumado con el sentimiento de su incapacidad para ser el
portavoz de Dios ante Israel. Pero una vez aceptada la tarea, la emprendió de
todo corazón, poniendo toda su confianza en el Señor. La grandeza de su misión
exigía que ejercitara las mejores facultades de su mente. Dios bendijo su pronta
obediencia, y llegó a ser elocuente, confiado, sereno y apto para la mayor obra
jamás dada a hombre alguno. Este es un ejemplo de lo que hace Dios para
fortalecer el carácter de los que confían plenamente en él, y sin reserva alguna
cumplen sus mandatos.
El hombre obtiene poder y eficiencia cuando acepta las responsabilidades que
Dios deposita en él, y procura con toda su alma la manera de capacitarse para
cumplirlas bien. Por humilde que sea su posición o por limitada que sea su
habilidad, el tal logrará verdadera grandeza si, confiando en la fortaleza divina,
procura realizar su obra con fidelidad. Si Moisés hubiera dependido de su propia
fuerza y sabiduría, y se hubiera mostrado deseoso de aceptar el gran encargo,
habría revelado su entera ineptitud para tal obra. El hecho de que un hombre
comprenda sus debilidades prueba por lo menos que reconoce la magnitud de la
obra que se le asignó y que hará de Dios su consejero y fortaleza.
Moisés regresó a casa de su suegro, y le expresó su deseo de visitar a sus
hermanos en Egipto. Jetro le dio su consentimiento 261y su bendición diciéndole:
"Ve en paz." Con su esposa y sus hijos, Moisés emprendió el viaje. No se atrevió a
dar a conocer su misión, por temor a que su suegro no permitiese a su esposa y a
sus hijos acompañarle. Pero antes de llegar a Egipto, Moisés mismo pensó que
para la seguridad de ellos convenía hacerlos regresar a su morada en Madián.
Un secreto temor a Faraón y a los egipcios, cuya ira se había encendido contra él
hacía cuarenta años, había hecho que Moisés se sintiera aun menos dispuesto a
volver a Egipto; pero una vez que principió a cumplir el mandato divino, el Señor le
reveló que sus enemigos habían muerto.


HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE

BENDICIONES!

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