Habiendo recibido instrucciones de los ángeles, Aarón salió a recibir a su
hermano, de quien había estado tanto tiempo separado. Se encontraron en las
soledades del desierto cerca de Horeb. Allí conversaron, y "contó Moisés a Aarón
todas las palabras de Jehová que le enviaba, y todas las señales que le había
dado." Juntos hicieron el viaje a Egipto; y habiendo llegado a la tierra de Gosén,
procedieron a reunir a los ancianos de Israel. Aarón les explicó cómo Dios se
había comunicado con Moisés, y éste reveló al pueblo las señales que Dios le
había dado. "Y el pueblo creyó: oyendo que Jehová había visitado los hijos de
Israel, y que había visto su aflicción, inclináronse y adoraron." (Exo. 4: 28, 31.)
A Moisés se le había dado también un mensaje para el rey. Los dos hermanos
entraron en el palacio de Faraón como embajadores del Rey de reyes, y hablaron
en su nombre: "Jehová, el Dios de Israel, dice así: Deja ir a mi pueblo a
celebrarme fiesta en el desierto." (Véase Éxodo 5:11.)
"¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz? -preguntó el monarca quien añadió:
-Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel."
A esto contestaron ellos: "El Dios de los Hebreos nos ha encontrado: iremos,
pues, ahora, camino de tres días por el desierto, y sacrificaremos a Jehová
nuestro Dios; porque no venga sobre nosotros con pestilencia o con espada."
Ya el rey había oído hablar de ellos y del interés que estaban despertando entre el
pueblo. Se encendió su ira y les dijo: "Moisés y Aarón, ¿por qué hacéis cesar al
pueblo de su obra? Idos a vuestros cargos." Ya el reino había sufrido una gran
pérdida debido a la intervención de estos forasteros. 263
Al pensar en ello, añadió: "He aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho, y
vosotros les hacéis cesar de sus cargos."
En su servidumbre los israelitas habían perdido hasta cierto punto el conocimiento
de la ley de Dios, y se habían apartado de sus preceptos. El sábado había sido
despreciado por la generalidad, y las exigencias de los "comisarios de tributos"
habían hecho imposible su observancia. Pero Moisés había mostrado a su pueblo
que la obediencia a Dios era la primera condición para su liberación; y los
esfuerzos hechos para restaurar la observancia del sábado habían llegado a los
oídos de sus opresores. (Véase el Apéndice, nota 4.)
El rey, muy airado, sospechaba que los israelitas tenían el propósito de rebelarse
contra su servicio. El descontento era el resultado de la ociosidad; trataría de que
no tuviesen tiempo para dedicarlo a proyectos peligrosos. Inmediatamente dictó
medidas para hacer más severa su servidumbre y aplastar el espíritu de
independencia. El mismo día, ordenó hacer, aun más cruel y opresivo su trabajo.
En aquel país el material de construcción más común eran los ladrillos secados al
sol; las paredes de los mejores edificios se construían de este material, y luego se
recubrían de piedra, y la fabricación de los ladrillos requería un gran número de
siervos. Como el barro se mezclaba con paja, para que se adhiriera bien, se
requerían grandes cantidades de este último elemento; el rey ordenó ahora que no
se suministrara más paja; que los obreros debían buscarla ellos mismos, y esto
exigiéndoselas que produjeran la misma cantidad de ladrillos.
Esta orden causó gran consternación entre los israelitas por todos los ámbitos del
país. Los comisarios egipcios habían nombrado a capataces hebreos para dirigir el
trabajo del pueblo, y estos capataces eran responsables de la producción de los
que estaban bajo su cuidado. Cuando la exigencia del rey se puso en vigor, el
pueblo se diseminó por todo el país para recoger rastrojo en vez de paja; pero les
fue imposible realizar la cantidad de trabajo acostumbrada. A causa del 264
fracasó, los capataces hebreos fueron azotados cruelmente.
Estos capataces creyeron que su opresión venía de sus comisarios, y no del rey
mismo; y se presentaron ante éste con sus quejas. Su protesta fue recibida por
Faraón con un denuesto: "Estáis ociosos, sí, ociosos, y por eso decís: Vamos, y
sacrifiquemos a Jehová." Se les ordenó regresar a su trabajo, con la declaración
de que de ninguna manera se aligerarían sus cargas. Al volver, encontraron a
Moisés y a Aarón y clamaron ante ellos: "Mire Jehová sobre vosotros, y juzgue;
pues habéis hecho heder nuestro olor delante de Faraón y de sus siervos,
dándoles el cuchillo en las manos para que nos maten."
HISTORIA DE LOS PATRIARCAS Y PROFETAS
ELENA G. DE WHITE
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