HACE dos semanas, mientras escribía, mi hijo W. C. White entró en mi habitación
y declaró que había dos personas que deseaban hablar conmigo. Bajé las
escaleras hasta la sala de 47 recibo, y ahí encontré a un hombre y a su esposa
que afirmaban obedecer la Palabra de Dios y creer en los testimonios. Habían
tenido una experiencia inusitada durante los dos o tres años pasados. Parecían
ser gente sincera.
Escuché mientras referían algunas de sus experiencias, y luego les dije algo
acerca de la obra que tuvimos que hacer para enfrentar y oponernos al fanatismo
poco después de transcurrida la fecha cuando esperábamos ver a nuestro Señor.
Durante esos días difíciles algunos de nuestros creyentes más preciados fueron
conducidos al fanatismo. Luego les dije que antes del fin veríamos extrañas
manifestaciones protagonizadas por aquellos que profesaban ser dirigidos por el
Espíritu Santo. Algunos considerarán como algo de mucha importancia estas
manifestaciones peculiares, que no proceden de Dios, pero que están calculadas
para apartar las mentes de muchos de la enseñanza de la Palabra.
En esta etapa de nuestra historia debemos tener mucho cuidado de precavernos
contra todo lo que sepa a fanatismo y desorden. Debemos precavernos contra
todas las manifestaciones peculiares que podrían excitar la mente de los no
creyentes, y conducirlos a pensar que como pueblo nos dejamos guiar por el
impulso y nos complacemos en el ruido y la confusión acompañados de conductas
extravagantes. En los últimos días, el enemigo de la verdad presente producirá
manifestaciones que no están en armonía con la dirección del Espíritu, sino que
tienen el propósito de descarriar a aquellos que están listos a aceptar cualquier
cosa nueva y extraña.
Dije a este hermano y a su esposa que la experiencia que yo había tenido en mi
juventud, poco después de transcurrida la fecha de 1844, me había conducido a
ser sumamente precavida en la aceptación de cualquier cosa parecida a lo que en
aquel tiempo enfrentamos y reprochamos en el nombre del Señor.
No podría infligirse un daño mayor a la obra de Dios en 48 esta época que el que
le causaríamos si permitiésemos que se introdujera en nuestras iglesias un
espíritu de fanatismo acompañado por conductas extrañas, que se considerarían
equivocadamente como la obra del Espíritu de Dios.
A medida que este hermano y su esposa referían sus experiencias, que ellos
pretendían haber tenido como resultado de haber recibido el Espíritu Santo con
poder apostólico, tuve la impresión de que se trataba de una copia de aquello a lo
cual habíamos tenido que hacer frente y corregir en nuestros primeros días de
existencia.
Hacia el final de nuestra entrevista, el Hno. L propuso que oráramos juntos,
pensando que posiblemente durante la oración su esposa experimentaría aquello
que me habían descrito, y que entonces yo estaría en condiciones de discernir si
eso procedía del Señor o no. No pude consentir en ello, porque se me ha indicado
que cuando una persona ofrece exhibir tales manifestaciones peculiares, eso
constituye una clara evidencia de que no se trata de la obra de Dios.
No debemos permitir que estos incidentes nos desanimen. De tiempo en tiempo
nos veremos frente a casos tales. No demos lugar a ejercitaciones extrañas que
ciertamente alejan la mente de la dirección profunda del Espíritu Santo. La obra de
Dios se ha caracterizado siempre por la serenidad y la dignidad. No podemos
permitirnos aprobar ninguna cosa que produzca confusión y debilite nuestro fervor
con respecto a la gran obra que Dios nos ha encomendado realizar en el mundo, a
fin de prepararlo para la segunda venida de Cristo (Carta 338, 1908).
MENSAJES SELECTOS TOMO 2
ELENA G. DE WHITE
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