lunes, 28 de noviembre de 2011

SENTADOS JUNTO A UN RIACHUELO


12 de noviembre de 2011

por Ernie Knoll

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En mi sueño, estoy de pie como observador en un sitio que sé es un salón de un centro de congresos donde hay muchos hombres y mujeres. Al caminar por el lugar, oigo que todos hablan de Jesús. Algunos mencionan lo que Él ha hecho por ellos. Otros dicen que no tenían propósito, pero Jesús cambió sus vidas. Algunos son más sinceros al hablar.

Entonces noto que un hombre está hablando con varias personas, una a la vez. Me da mucha alegría, porque yo conozco a ese hombre, pero algunos a quienes él se acerca, no lo conocen. Sólo atienden a lo que él les dice unos momentos. Algunos lo interrumpen y comienzan a hablar de Jesús, pero me doy cuenta que hablan de cosas superficiales. De vez en cuando, algunos que le escuchan comienzan a sonreír. Entonces, radiantes de felicidad, lo abrazan y se arrodillan a sus pies. Él los abraza y les señala que vayan a cierto rincón del salón.

Esos individuos selectos se reúnen en un rincón, donde comparten su felicidad. No comprendo por qué los otros no se alegran de ver a ese hombre. Él habla con cada uno y espera que ellos lo reconozcan. Pero, si no lo reconocen, Él se dirige a la siguiente persona. Eso me recuerda de los discípulos que no reconocieron a Jesús en el camino a Emaús. Así ocurre con este grupo grande de personas. Este Hombre, el que se dirige a cada individuo, es Jesús. Si ellos no lo conocen, Él sigue adelante. Muchos hablan con entusiasmo, como si conociesen a Jesús personalmente, pero cuando Él va a hablar con ellos, ni siquiera saben quién Él es. Sólo un número pequeño mira a los ojos de Jesús e inmediatamente reconoce al que dio todo por ellos.

Cuando Jesús termina de hablar con cada uno, viene adonde yo estoy y me dice que ha terminado. Señala al rincón donde pidió que fuesen y esperasen aquéllos que lo reconocieron, y dice que ahora yo debo enseñarles. Me dice que Él enviará a su Espíritu con gran poder para hacer la última gran obra. Me doy vuelta para ir hacia el rincón, pero al hacerlo, me doy cuenta por primera vez que Jesús no está hablando solamente conmigo. Yo soy uno de varios hombres que lleva un manto azul forrado por dentro de blanco. Ahora comprendo que Él está hablando con los que Él ha elegido para servir y enseñar. Éstos son su pueblo, los que sinceramente anhelan conocerlo y no solamente hablar de Él. Éstos son sus ovejas, los que anhelan ver a su Maestro. Ahora, Él manda a sus ministros que vigilen, cuiden, enseñen y alimenten a cada uno de sus tesoros.

Ahora, escucho una voz que pronuncia mi nombre celestial. Busco a quién llama mi nombre y me doy cuenta de que ya no estoy en una sala de reuniones, sino que estoy caminando por un sendero. A cada lado hay hermosísimos arbolitos de semillero. Parece que el sendero fue hecho recientemente para que yo caminara por él. Entonces, me doy cuenta de que he estado caminando con Jesús. Él me dice que ha escogido este día para conversar y estar conmigo. Me explica que tiene mensajes que Él desea que yo comparta, pero que también quiere pasar un rato conmigo. Le digo que todo parece tan nuevo donde estamos. Él me dice que la tierra será creada de nuevo, y que esto también es para que su pueblo sepa cómo será pasar tiempo juntos. Me dice, “Mira cuántas personas nos acompañan”. Miro a mi alrededor y no veo a nadie. Me pregunta, ¿“Cuántos ángeles ves atendiéndonos”? Nuevamente miro alrededor y no veo a nadie. Me revela que ésta es la ocasión que Él está esperando, cuando pueda pasar un rato con cada uno de su pueblo, uno a la vez.

Mientras caminamos, Jesús coloca su brazo izquierdo sobre mi hombro y me dice que Él está ansioso de que llegue el momento cuando pueda caminar por un sendero como éste con cada uno de su pueblo. Me mira y me dice, “No se oye nada”. Yo le digo que me doy cuenta que no se oye el canto de los pájaros. Él sonríe y dice, “Disfrutemos de los cantos de las aves”. Y al decirlo, un coro hermoso de aves nos ofrece una dulce serenata.

Mientras seguimos caminando, Jesús me explica que los que estaban de pie en el rincón del salón son los que Él busca. Él está buscando a los que estén dispuestos a vencer a Satanás y vivir una vida sin pecado.1 Él sabe que no habrá muchos, pero el número quedará completo.2 Ellos andarán con Jesús cada día, y sus nombres serán escritos en el Libro de la Vida. Él sostendrá a esos tesoros queridos, aquéllos que recibirán vestiduras blancas.

Nos detenemos, y Jesús dice que mire hacia el cielo. Él dice, “He aquí lo que le mandé a escribir a mi profetiza, Elena de White, acerca de mis tesoros tan queridos”. Miro hacia el cielo y veo estas palabras:

“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré—¡oh, cuán precioso es ese ‘no’!—su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”. Apocalipsis 3:5. Cuando las puertas de la ciudad de Dios giren sobre sus brillantes goznes, y las naciones que guardaron la verdad pasen por ellas, Cristo estará allí para darnos la bienvenida y llamarnos benditos de su Padre porque habremos vencido. Nos dará la bienvenida delante del Padre y de sus ángeles. Cuando entremos en el reino de Dios para pasar allí la eternidad, las pruebas, dificultades y perplejidades que tuvimos desaparecerán en la insignificancia. Nuestra vida se medirá con la vida de Dios. The General Conference Bulletin, 6 de abril de 1903. {Recibiréis Poder, p. 365}

Dice Jesús que está escrito: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. Apocalipsis 2:7. Él dice que Él recogerá frutos del árbol de la vida y alimentará a los que vencieron. Él pasará la eternidad con cada uno de ellos.

Ahora, Jesús sugiere, ¿“Qué tal si nos sentamos un rato junto al riachuelo”? Nos dirigimos hacia el riachuelo, y nos sentamos lado a lado junto a él. Inmediatamente, Jesús mete los pies en el agua. Se ríe y dice, “El agua se siente tan bien. No está ni fría ni caliente”. Me quito los zapatos y los calcetines y meto los pies en el agua. Le digo que de veras se siente bien. Jesús se inclina hacia atrás, coloca los brazos detrás de sí mismo para apoyarse y mira hacia el cielo. Observa que hace un día hermoso. Yo me inclino hacia atrás, miro hacia arriba y le digo que no hay ni una nube en el cielo. Él me pregunta si yo quisiera que hubiera nubes. Yo le digo que me parece que se vería muy bonito si hubiese algunas de esas nubes grandes y suaves que parecen almohadas. De repente, nubes grandes y suaves pasan flotando. Él se ríe y vuelve a decir, “Hace un día hermoso”.

Sentado allí con los pies en el agua, miro el hermoso riachuelo, la hierba verde, la abundancia de flores por todas partes, el cielo bello y las nubes que flotan suavemente. Miro a Jesús, coloco mi brazo derecho alrededor de Él y lo abrazo. Le digo que yo sé que si no fuera por Él, yo no podría experimentar todo lo que estoy viendo en torno a mí. Él me mira, sonríe y dice que Él hubiera hecho todo lo necesario para que yo pudiera sentarme a su lado junto a un riachuelo. Al mirar a esos ojos, todavía veo un amor que es tan difícil de explicar, salvo que en sus ojos veo ¡el Amor del Amor de los Amores!

Entonces Jesús me pregunta, ¿Te ha fijado en los peces que hay en el riachuelo? Me inclino hacia adelante y veo que está lleno de criaturas hechas por el mismo que está sentado junto a mí. Veo que hay una gran variedad de peces, pero hay un tipo que es muy fuera de lo común. Hay varios de ellos y se mantienen cerca uno del otro. Tienen hermosísimas aletas, largas y diáfanas, que parecen papel grueso de seda. El reflejo de la luz sobre el agua cambia el color de las aletas. El cuerpo de esos peces no tiene escamas como otros peces, sino que está cubierto de algo que parece pelaje largo y suelto. Al nadar, su belleza es asombrosa. Jesús me dice que puedo acariciar esos peces con mis pies. Cuando los peces se juntan alrededor de sus pies, Él me muestra cómo acariciarlos. Mientras lo hace, veo que el costado de los peces se hincha un poco. Entonces, algo semejante a burbujas sale de sus bocas. Esas “burbujas” salen del agua y suben lentamente por el aire. Cando cada una se revienta, produce una nota musical, y escuchamos una melodía hermosísima. Es semejante a cómo las aves silban, o cómo los gatos ronronean, o los grillos chirrían.

Sentado junto a Jesús, me siento abrumado por todo lo que tiene para mostrarme. Pienso en su amor profundo y compasivo. Él se dio cuenta del deseo de que hubiera pájaros para cantarnos al caminar. Él preguntó si yo creía que faltaba algo, y proporcionó nubes para deleitarnos, el riachuelo tan lleno de vida, y ahora un pez que jamás me hubiera imaginado. Él tiene esto, y mucho, mucho más. Jesús me mira, sonríe y me dice que no sólo son las cosas que veo, sino su deseo de pasar tiempo con cada uno de nosotros. Me dice que tiene una corona para su pueblo que esté dispuesto a vestir su manto blanco. Nos espera una mansión que Él ha construido para cada uno.

Nuevamente, Jesús se inclina hacia atrás y todo queda en silencio. Me mira y me dice que debo comunicar esto a todos los que estén dispuestos a escuchar sus palabras. El Padre celestial hará que pasen cosas. Mañana se verán cosas que sacudirán a los seres humanos hasta lo más profundo. Aun Satanás temerá por su propia existencia, tal como temió durante el diluvio de Noé.3 Él quiere que cada uno de sus fieles sepa que el Consolador estará con ellos. Si necesitan la ayuda de los ángeles, sólo tienen que pedirlos. Como resultado de lo que ocurrirá, muchos irán al descanso, para que no tengan que sufrir los peores días de angustia. Aquéllos que han llevado el nombre de Jesús en sus labios y en sus corazones, serán llamados de su sueño en la tierra para reunirse con Él en el aire.

Los que estén en pie, agitando la bandera de Jesús y manteniéndose fieles a la ley establecida en el cielo, se sentarán junto a Él y al Padre celestial.4 Los vencedores vestirán mantos blanquísimos. Delante del universo reunido, Jesús los confesará delante de su Padre y de los ángeles. Él pide a todos que no se desanimen. Él ha dicho que estas cosas tienen que ocurrir.

Cuando venga por segunda vez y también en el cielo, Jesús promete reponer todo a los que sufran en esta tierra. Para los que sufran hambre, Él proveerá un banquete y personalmente llevará la copa a sus labios. Él curará las heridas de los que sufran golpes y lastimaduras, y ellos quedarán sanos. Él se sentará junto a un riachuelo con los que sean encerrados en soledad. Junto a ellos, Él pondrá sus pies en el agua, y disfrutarán de la eternidad. Él promete rodear con su brazo y caminar para siempre junto a aquéllos cuyos familiares se han vuelto en contra de ellos, porque Él será su Hermano y su Familia.5 Él resucitará a los que sufran y mueran por Él, para que caminen con Él eternamente. En los corazones de aquéllos cuyos nombres sean malditos y escarnecidos, Él escribirá un nombre nuevo, que el Padre pronunciará por toda la eternidad.

Jesús mira hacia el cielo y nuevamente se dirige hacia mí. Explica que Él ha dado más de lo que cada persona sea capaz de comprender. Dice que, si le dijesen que debía hacerlo otra vez, se levantaría e iría rápidamente para morir y resucitar de nuevo para que cada individuo fiel pudiese vivir para siempre. Por ellos, Él ahora sujeta las llaves de la vida eterna. Su pueblo debe saber que el fin vendrá mañana, y que nunca están solos. Nuestros cuerpos pasajeros, carnales son débiles, pero Jesús está en pie junto a nosotros, y Él sujeta las llaves. El día de mañana tiene el futuro. Aférrense fuertemente de su mano. Sepan que Dios controla lo que tendrá el día de mañana, y sus decisiones son justas. Si se aferran firmemente a Jesús, su nombre no será borrado del Libro de la Vida. Él desea rodear a cada uno con su manto. Jesús me dice que éste es su mensaje para todos los que estén dispuestos a escuchar sus palabras. Le pregunto a Jesús si al decir mañana se refiere a mañana. Jesús contesta, ¿“Por cuál reloj decides cuándo será mañana? Tal como está escrito, ‘para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día’. [2 Pedro 3:8]. Cuando nuestro Padre decida el día de mañana, será ese día de mañana. No fue ayer, ni es hoy; porque hoy tú y yo estamos sentados junto a un riachuelo”.

Entonces, Jesús me dice que quiere que me incline hacia adelante y mire la reflexión en el riachuelo. Cuando lo hago, no me veo a mí mismo reflejado en el agua, sino a muchas personas distintas de distintas razas que esperan tomar la mano de Jesús e ir con Él. Será ese individuo y Jesús, tranquilamente sentados junto a un riachuelo, sólo ellos dos.


    1. Tito 2:13-14
      Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.
    2. Romanos 9:27
      También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo;
    3. The Review and Herald (La Revista Adventista), 22 de noviembre de 1892
      Los días en que vivimos están llenos de incidentes y peligros. Se multiplican las señales del fin que se aproxima, y acontecerán eventos de un carácter más terrible que ninguno que el mundo haya visto. [Trad.]

      El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 85
      Si os habéis entregado a Dios, para hacer su obra—dice Jesús—, no os preocupéis por el día de mañana. Aquél a quien servís percibe el fin desde el principio. Lo que sucederá mañana, aunque esté oculto a vuestros ojos, es claro para el ojo del Omnipotente.
    4. Servicio Cristiano, p. 98
      ¡Despertaos! La batalla prosigue. La verdad y el error se acercan a su final conflicto. Marchemos bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emmanuel, y luchemos la buena batalla de la fe, para lograr honores eternos; porque la verdad triunfará, y nosotros hemos de ser más que victoriosos por Aquel que nos amó. Las preciosas horas del tiempo de gracia están terminando. Asegurémonos la vida eterna, para que podamos glorificar a nuestro Padre celestial, y ser los medios para salvar a las almas por las cuales Cristo murió
    5. Salmo 27:10
      Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.

      Romanos 8:31
      ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

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