miércoles, 21 de abril de 2010

En el Monte de las Olivas

LAS palabras de Cristo a los sacerdotes y gobernantes: "He aquí vuestra
casa os es dejada desierta,"* habían llenado de terror su corazón.
Afectaban indiferencia, pero seguían preguntándose lo que significaban
esas palabras. Un peligro invisible parecía amenazarlos. ¿Podría ser que
el magnífico templo que era la gloria de la nación iba a ser pronto un
montón de ruinas? Los discípulos compartían ese presentimiento de mal, y
aguardaban ansiosamente alguna declaración más definida de parte de
Jesús. Mientras salían con él del templo, llamaron su atención a la
fortaleza y belleza del edificio. Las piedras del templo eran del mármol
más puro, de perfecta blancura y algunas de ellas de tamaño casi
fabuloso. Una porción de la muralla había resistido el sitio del
ejército de Nabucodonosor. En su perfecta obra de albañilería, parecía
como una sólida piedra sacada entera de la cantera. Los discípulos no
podían comprender cómo se podrían derribar esos sólidos muros.
Al ser atraída la atención de Cristo a la magnificencia del templo,
¡cuáles no deben haber sido los pensamientos que guardó para sí Aquel
que había sido rechazado! El espectáculo que se le ofrecía era hermoso
en verdad, pero dijo con tristeza: Lo veo todo. Los edificios son de
veras admirables. Me mostráis esas murallas como aparentemente
indestructibles; pero escuchad mis palabras: Llegará el día en que "no
será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida."
Las palabras de Cristo habían sido pronunciadas a oídos de gran número
de personas; pero cuando Jesús estuvo solo, Pedro, Juan, Santiago y
Andrés vinieron a él mientras estaba sentado en el monte de las Olivas.
"Dinos --le dijeron,-- ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de
tu venida, y del fin del mundo?" En su contestación a los discípulos,
Jesús no consideró por separado la destrucción de Jerusalén y el gran
día de 582 su venida. Mezcló la descripción de estos dos
acontecimientos. Si hubiese revelado a sus discípulos los
acontecimientos futuros como los contemplaba él, no habrían podido
soportar la visión. Por misericordia hacia ellos, fusionó la descripción
de las dos grandes crisis, dejando a los discípulos estudiar por sí
mismos el significado. Cuando se refirió a la destrucción de Jerusalén,
sus palabras proféticas llegaron más allá de este acontecimiento hasta
la conflagración final de aquel día en que el Señor se levantará de su
lugar para castigar al mundo por su iniquidad, cuando la tierra revelará
sus sangres y no encubrirá más sus muertos. Este discurso entero no fue
dado solamente para los discípulos, sino también para aquellos que iban
a vivir en medio de las últimas escenas de la historia de esta tierra.
Volviéndose a los discípulos, Cristo dijo: "Mirad que nadie os engañe.
Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a
muchos engañarán." Muchos falsos mesías iban a presentarse pretendiendo
realizar milagros y declarando que el tiempo de la liberación de la
nación judía había venido. Iban a engañar a muchos. Las palabras de
Cristo se cumplieron. Entre su muerte y el sitio de Jerusalén,
aparecieron muchos falsos mesías. Pero esta amonestación fue dada
también a los que viven en esta época del mundo. Los mismos engaños
practicados antes de la destrucción de Jerusalén han sido practicados a
través de los siglos, y lo serán de nuevo.

EL DESEADO DE TODAS LAS GENTES
Por ELENA G. DE WHITE

BENDICIONES!

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