UN CANTO Y UNA ORACIÓN
12 de enero de 2013
por Ernie Knoll
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En mi sueño, estoy mirando a una madre joven sentada en una mecedora.
Tiene a su hijito en sus brazos. El ángel a quien yo llamo “el Guía” me
tiene de la mano derecha. Llamándome por mi nombre celestial, me dice
que a cada individuo se le da un sendero para andar. Cada uno tiene la
opción de andar por la senda que el Creador sabe que ese individuo puede
andar.
1
El ángel me dice que debo observar cuidadosamente e informar
fielmente lo que se me muestra. Mientras la madre mece a su hijito, me
doy cuenta que hay un reloj en la pared por encima de su hombro derecho.
Cada dos segundos, el reloj hace in tic que se oye muy claramente. Son
las 2:00 de la madrugada, y lo único que se escucha es el tictac del
reloj, y el dulce canto de la madre a su bebé. Ella canta las palabras
lenta y claramente, como un canto de cuna, al ritmo constante del reloj.
Sus labios pronuncian las palabras del canto, y su voz suave y
reconfortante llena el cuarto. El canto brota de su corazón; no es una
actuación. Cada palabra consiste de instrucción personal para su hijo.
Allí parado con el ángel, la escucho repetir estas palabras vez tras
vez.
Esta traducción es literal.
Jesús, Jesús, Jesús,
Ese nombre tiene algo especial;
Maestro, Salvador, Jesús,
Como el aroma después de llover;
Jesús, Jesús, Jesús,
Proclámenlo cielo y tierra.
Todos los reyes y los reinos pasarán,
Pero ese nombre tiene algo especial.
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Ésta puede ser cantada.
Cristo, Cristo, Cristo,
Dulce nombre sin igual,
Guía, Amparo, Cristo,
Cual aroma de lluvia estival;
Cristo, Cristo, Cristo,
Cielo y tierra le dan loor;
Fama y bienes aquí pasarán,
Pero ese nombre perdurará.*
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Después de cierto tiempo, la madre se levanta de la mecedora y lleva a
su hijo a su cama. Lo acuesta con cuidado y lo tapa con una cobija.
Entonces, se arrodilla junto a su cama, y yo puedo oír su oración
silenciosa. Debido a que ella es una madre soltera, le cuenta a su Padre
celestial que ella desea dedicarle a Él la vida de su niño. Pide la
dirección del Espíritu Santo, y promete criar a su hijo con su ayuda.
Pide que él pueda ser fuerte y saludable y, si es la voluntad de Dios,
que su hijo pueda servir como un faro para otros, para que ellos se
arrepientan y acepten a Jesús. Pide que su hijo honre el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
2
Cambia la escena y ahora veo al bebé como un niño. Antes de
acostarse, su madre le está contando una historia sobre las cosas
maravillosas que Jesús hizo cuando estuvo en esta tierra. Al terminar,
él le pide que cante “nuestro” canto. Su voz suave le contesta,
“Primero, vamos a orar”.
3
De rodillas, ella pide que por medio de la dirección del Espíritu
Santo, su hijo sea fructífero, para que muchos se arrepientan y acepten a
Jesús. Pide que él pueda ser un faro de luz en un mundo de tinieblas.
Pide que el sendero por el cual él ande sea uno que él puede tomar, a
pesar de los retos que le enfrenten. Termina pidiendo que los santos
ángeles los rodeen y protejan, para que Satanás y sus ángeles no puedan
hacerles daño.
Después de la oración, todo queda en silencio y, como antes, sólo el
tictac del reloj interrumpe la tranquilidad de la noche. Ese tictac
establece un tono reverente para el compás del canto, porque permite
meditar sobre cada palabra. Con su voz suave y tierna, ella vuelve a
cantar el canto especial, y el niño se queda dormido. Aunque está
cansada, esa madre se arrodilla fielmente junto a la cama de su hijo, y
como de costumbre, ora por él. Vuelve a dedicarlo al servicio de Dios;
pide que sea un portavoz, para que los que se hayan descarriado puedan
volver a hallar la senda recta. Veo que las manos del reloj se mueven
mientras ella acude a Dios por su niño.
4
Ahora, el ángel interrumpe el silencio de la oración de la madre y el
tictac del reloj. Me explica que cuando Jesús era un niño pequeño, su
madre también oraba por Él. Al crecer, seguía orando por Él. Ella oraba
por ese Niño especial que le había sido confiado por poco tiempo. Jesús
conoce la importancia de las peticiones y oraciones de una madre. El
ángel me dice que registre estas palabras que a Elena de White se le
dijo que escribiera:
Vemos un séquito de ángeles a cada lado de la puerta, y
al entrar, Jesús dice: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Aquí os dice que
seáis participantes de su gozo, ¿y qué es eso? Es el gozo de ver el
trabajo de vuestra alma, padres, madres, es el gozo de ver que vuestros
esfuerzos son recompensados. Aquí están vuestros hijos, la corona de
vida está sobre su cabeza... {Conducción del Niño, p. 537}
Jesús también le indicó a Elena de White que registrara estas
palabras, las cuales se mantendrán siempre en los registros del cielo,
como un tributo a las madres.
Cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos,
cuando sea pronunciado el “Bien hecho” del gran Juez, y colocada en la
frente del vencedor la corona de gloria inmortal, muchos levantarán sus
coronas a la vista del universo reunido y, señalando a sus madres,
dirán: “Ella hizo de mí todo lo que soy mediante la gracia de Dios. Su
instrucción, sus oraciones, han sido bendecidas para mi salvación
eterna”. {Conducción del Niño, p. 534}
…los ángeles de Dios inmortalizan los nombres de las madres cuyos
esfuerzos han ganado a sus hijos para Jesucristo. {Conducción del Niño,
p. 537}
El ángel Guía me dice que lo que veo ahora es una madre dedicando a
un niño al Padre celestial. Aunque su hijo tendrá que andar por un
sendero duro, nunca tendrá un obstáculo que no pueda vencer, con tal que
mantenga sus ojos en Jesús.
El ángel me llama la atención al reloj. Sus manijas se mueven
vertiginosamente, mostrando que han pasado horas en cosa de segundos. A
la derecha en la pared, no muy lejos del reloj, hay un calendario. Sus
hojas se mueven rápidamente, y me doy cuenta de que ha pasado mucho
tiempo. Ahora veo a esa madre, todavía soltera, envejecida por los años,
escuchando a su hijo, ya todo un hombre. Se ha vuelto rebelde. Lo oigo
decir a su madre paciente que él ha ingresado en la Marina. Ella lo
escucha con paciencia. Entonces, él se despide y se va. Ella queda sola,
parada sobre el umbral; entonces, cierra la puerta. Lo único que se
oye en esa casa silenciosa es el tictac del reloj. Ella se dirige a la
cama vacía de su hijo, y se arrodilla. Llora y ruega que sus enseñanzas y
plegarias no hayan sido en vano. Ruega a Dios que su hijo no sea una
víctima de una guerra sin sentido. Ora pidiendo la protección del trono
en el cielo. Nuevamente, miro las manijas del reloj. Se han movido,
mostrando que ha pasado mucho tiempo mientras esa madre le suplica a
Dios por su hijo.
Ahora, el ángel Guía me lleva a un campamento militar, donde el joven
está recibiendo entrenamiento. Delante de una compañía grande de
soldados, observo a un superior reprenderlo con gritos fuertes. Lo está
ordenando a pararse afuera, tarde en la noche, para cantarle a todo el
campamento. El propósito de esa orden es hacerle pasar vergüenza, para
obligarlo a obedecer.
Ahora, el ángel y yo estamos de pie afuera, cerca del joven. Ya se
han apagado casi todas las luces del campamento, incluso las de las
barracas. A lo largo del campamento, todos los soldados están en sus
camas, listos para reírse de su canto. Afuera hace fresco; no hay brisa.
Es una noche muy silenciosa. El joven de pie en posición de firmes,
reflexiona sobre el reloj en la habitación. Su mente recuerda su lento
tictac. Con voz sonora de barítono, canta palabras que callan a todos
los que las escuchan. Cada individuo comienza a meditar sobre las
palabras que canta lentamente. Él no canta como una actuación, sino como
cantaba su madre. Cada palabra brota de su corazón como un homenaje.
Canta el himno, “Sublime Gracia”. Al terminar, se queda parado varios
minutos sin moverse. Ahora sale su superior y se para frente a él. Le
habla suavemente, con una voz casi temblorosa. La voz que acaba de
escuchar lo conmovió, una voz que no sólo cantó, sino que ofreció un
homenaje cantado. Con voz apagada, le dice al joven soldado que puede
irse. Cuando el joven se aleja un poco, el oficial lo llama por su
nombre de pila. El joven se detiene y se da vuelta hacia su superior.
El oficial le dice, “Gracias”.
Ha pasado mucho tiempo. El Guía y yo estamos en el Medio Oriente
durante una guerra. El terreno es muy escabroso con arena y piedras. Me
dice el ángel que hay algo que debo comprender antes de que se me
muestre más. Dicho esto, me encuentro sentado en un sofá en el pasillo.
Es el mismo sofá donde he estado sentado con el Heraldo mientras él me
cuenta muchas cosas. Ahora, el Guía me dice que todos deben comprender
que cuando se presentan peticiones pidiendo la protección de un
individuo, a veces no se provee esa protección; sino que a los ángeles
que siempre quieren ayudar se les manda a juntar sus manos. A veces, el
Padre instruye que se permita que ocurran cosas, y muchos se preguntan
por qué. Pero, cuando Él manda, los ángeles cumplen con sus pedidos. A
veces el pedido es quitar la protección y permitir que ocurran daños. Es
por eso que todos deben comprender que Dios verdaderamente conoce el
fin desde el principio, y que todo se cumple conforme al reloj de Dios y
a su manera.
De nuevo me encuentro con el Guía observando al joven montarse en el
asiento delantero de un vehículo militar. Hay otros tres con él cuando
el vehículo sale para cumplir con los recorridos de patrullaje que han
sido ordenados. Detrás de su vehículo siguen dos vehículos más. Al
manejar por caminos de tierra que atraviesan pueblos maltratados por la
guerra, veo que se acercan a un puentecito. Cuando el vehículo del joven
cruza al otro lado del puente, hay una explosión, y veo que el vehículo
casi se desbarata delante de mis ojos. Los soldados de los otros
vehículos corren rápidamente al que explotó. Todos están muertos,
excepto el joven. Yace en el suelo gritando de dolor y clamando, ¡Jesús,
Jesús, Jesús!
Entonces, el ángel y yo nos encontramos en un hospital militar de
recuperación. Me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo. Veo al joven
en una silla de ruedas. Le han amputado ambas piernas por encima de las
rodillas. Cuando muchos vienen y lo invitan a orar, los maldice y les
dice que se vayan. Maldice y blasfema el nombre de Dios y clama, ¿“Dónde
estaba ese Jesús? ¿Dónde estaba su Dios”? Desprecia cualquier canto
religioso. Aun rehúsa recibir visitas de su madre. Me dice el ángel que
lo que le pasó a su hijo la ha hecho reforzar sus plegarias a Dios. Pide
a Dios que perdone las palabras de su hijo, y ruega que le envíe sus
ángeles y el consuelo del Espíritu Santo. El ángel me dice que ahora
también ora por su error de nunca haberlo llevado a la iglesia.
5
Dice el ángel que ella sólo le cantaba y leía de la Biblia. Sin
embargo, ahora veo frente a mí a un hombre muy amargado. La decisión que
él tomó de ingresar en el ejército, en contra del consejo de su madre,
destrozó su vida.
6
Está enojado consigo mismo; pero más que nada, está enojado con Dios
por haber permitido su herida. La pregunta que más se destaca en su
mente es, ¿Dónde estaba Jesús?
Mientras estoy ahí de pie, me doy cuenta que reconozco a ese hombre,
porque lo he visto antes en mis sueños. Me dirijo al ángel Guía para
preguntarle, pero antes de que pueda pronunciar las palabras, él sonríe y
me dice que ahora debo regresar a un sueño que tuve antes. Mientras me
dice estas palabras, viene el Heraldo y se para a mi derecha. Al cambiar
la escena, veo al mismo hombre, el cual había visto como un bebé, como
un niño, más tarde como un soldado joven, y ahora como un hombre mayor
sentado en una silla de ruedas.
Lo que sigue fue descrito en mi sueño, “
El Pastor Mayor de Edad”:
Ahora noto a un hombre sentado en una silla de ruedas.
Él levanta la mano y explica que le amputaron sus piernas más arriba de
sus rodillas. Dice que él no es un Adventista del Séptimo Día y que
nunca ha estado en una iglesia. Sin embargo, oyó hablar de los sermones
de este pastor, y un amigo le recomendó que asistiese hoy. Dice que todo
lo que ha visto podría haber sido obra de Satanás haciendo milagros;
pero que hay algo que Satanás no puede hacer, y eso es crear, o crear de
nuevo. Él dice que yace en el valle de la decisión, que no es un asunto
de fe, sino que él quiere saber dónde estaba Dios cuando él perdió sus
piernas, y dónde estaba Jesús cuando él clamó a su nombre.
El pastor pide que dos hombres lo ayuden a llegar al
frente. El pastor y el anciano colocan dos sillas frente al hombre.
Ellos se sientan y el pastor comienza a decirle al hombre que cuando él
clamó el nombre de Jesús, Él estuvo allí. Le explica que Dios permite
que pasen cosas por algún motivo. A veces, Él permite que pase algo
terrible cuando puede servir para ayudar a muchos. Dice que por su
pérdida, hoy se llevará a cabo un gran milagro por medio del poder del
Padre, de Jesús y del Espíritu Santo. El pastor y el anciano se ponen de
pie y mueven sus sillas. El pastor se quita la chaqueta de su traje y
le dice al anciano que se quita la suya. El pastor coloca su chaqueta
sobre la parte inferior de la silla de ruedas, y el anciano también
coloca la suya, de manera que ambas cubren hasta la cintura del hombre.
El pastor y el anciano se arrodillan y colocan sus brazos alrededor de
la espalda del hombre. Jesús va hacia ellos y se arrodilla detrás del
pastor y del anciano. El Padre va, se inclina sobre Jesús, el pastor y
el anciano, y desde arriba, rodea con sus brazos al pastor, al anciano y
al hombre en la silla de ruedas.
El Heraldo dice algo, e inmediatamente me rodean varios
ángeles, como si fueran a protegerme. De repente, todo se torna muy
brillante, aun con todos los ángeles que me rodean y con las manos del
Heraldo cubriendo mi rostro. Tan rápidamente como me protegieron, los
ángeles se van, y veo que el Padre y Jesús regresan a sus tronos. El
pastor y el anciano se paran y se ponen sus chaquetas. Cuando miran
hacia abajo al hombre en la silla de ruedas, lo ven ponerse de pie y
caminar, descalzo, por la plataforma. Camina como si nunca hubiese
perdido sus piernas. Camina perfectamente, no como los que son sanados
por los sanadores falsos. El pastor lo toma de la mano y se dirige hacia
la congregación diciendo que hoy han sido testigos de grandes milagros,
y que ahora comprenden la importancia de la iglesia de Dios. No es el
edificio, sino el fundamento. El fundamento es la fe y la unidad. Es
atenerse al programa de acción que el Padre trazó para su iglesia. El
fundamento es la manera reverente de adorar. Es conocer que la única
manera cómo somos dignos de acercarnos al trono del Padre, es por su
Hijo y el sacrificio que Él hizo por nosotros. El fundamento es saber
que es a Cristo Jesús a quien necesitamos. Es saber que necesitamos a
Jesús cada momento. Pide que todos se unan al hombre sanado, el que
nuevamente puede ponerse de pie a favor de nuestro Creador, nuestro
Salvador, nuestro Hermano, Jesús. Dice, “Pongámonos de pie y cantemos,
‘Te necesito, mi Señor’ ”.
Te necesito cada momento, amoroso Señor;
No hay voz como la tuya que me pueda llenar de paz.
Te necesito cada momento; quédate cerca de mí;
Las tentaciones pierden su poder cuando cercano estás.
Te necesito cada momento, en gozo o en dolor;
La vida es vanidad si no vienes pronto a morar en mí.
Te necesito cada momento; enséñame tu voluntad,
Y cumple en mí tus ricas promesas.
Te necesito cada momento, o Santísimo;
Hazme tuyo en verdad, o Hijo bendito.
Coro:
Te necesito, ¡oh, te necesito! Te necesito cada momento;
Bendíceme ahora, mi Salvador; acudo a ti.
**
En este sueño nuevo, se me muestra que cuando la congregación termina
de cantar, el pastor y el hombre todavía están de pie lado a lado. El
hombre sanado se dirige al pastor y le dice que él quisiera ofrecer un
obsequio para terminar la reunión. Él quisiera cantar un canto que
aprendió cuando era niño. El pastor pide que todos tomen sus asientos;
entonces, él y los ancianos se sientan. El hombre permanece de pie,
todavía descalzo. Cuando miro hacia abajo, veo que los dedos de sus pies
se mueven, como si estuvieran marcando el compás de ese reloj. Con la
cabeza inclinada medita sobre ese tictac. Lentamente, comienza a cantar
el canto grabado en su corazón.
7
Cristo, Cristo, Cristo,
Dulce nombre sin igual,
Guía, Amparo, Cristo,
Cual aroma de lluvia estival;
Cristo, Cristo, Cristo,
Cielo y tierra le dan loor;
Fama y bienes aquí pasarán,
Pero ese nombre perdurará.
Veo que muchos ángeles se reúnen en derredor de los tronos que están en la plataforma (tal como lo describe el sueño “
El Pastor Mayor de Edad”). Los ángeles se postran delante de Jesús y el Padre. El canto del hombre sanado toca los corazones.
Me explica el Heraldo que este hombre también me fue mostrado en otro sueño. Me recuerda que en el sueño “
Eventos Finales y la Primera Cena”,
yo vi que todos tendrán la oportunidad de decidir obedecer las leyes de
Dios, tal como fueron vistas en las tablas de piedra, o guardar las
leyes humanas, dadas por Satanás. El hombre sanado eligió guardar las
leyes de Dios. Fue arrestado y puesto en la cárcel, donde acostumbraba
caminar y cantar con la hermosa voz que Dios le había dado. Ésa fue una
respuesta asombrosa a los ruegos de su madre, cuando pedía que él
pudiese ser un faro en un sendero oscuro, y que pudiese llevar otros a
la luz. Él era un hombre alto, y tenía una voz que resonaba por todo el
terreno de la prisión, de manera que todos lo podían oír. Los guardias
odiaban sus cantos, y a veces le negaban alimento y agua. Muchas veces
no le daban una cama, y le prohibían dormir. A pesar de eso, él siempre
sonreía, como si tuviese un secreto. Siempre cantaba de Jesús, y su
canto favorito era, “Cristo, Cristo, Cristo”.
8 Me dice el Heraldo que vuelva a documentar lo que me fue mostrado antes en el sueño “
Palabras Suaves o Entrega Total”.
Ahora veo que esa persona halla a un hombre tendido en el suelo y
sufriendo un dolor tremendo. Le han partido las piernas por encima de
la rodilla, y los huesos se ven salidos de la piel. Tiene la cara
hinchada porque la metieron en un aparato que destrozó los huesos de su
quijada y mejillas. Hicieron eso para callarlo, porque estaba cantando.
Cuando miro a sus ojos, veo dolor, pero también veo una serenidad que
sólo revela el amor de su Salvador. Cada aliento le causa dolor, porque
su vía respiratoria está casi cerrada debido a la hinchazón. El Heraldo
me explica que se le dijo a ese hombre que debía renunciar a su
decisión de guardar el séptimo día santo. Debido a que rehusó hacerlo,
le negaron agua y alimento. Le dijeron que tenía que aceptar el domingo,
y debido a que siguió rehusando, le partieron la pierna izquierda.
Nuevamente, le dijeron que aceptara el domingo, y porque rehusó, le
partieron la pierna derecha. Gritando del dolor, proclamó que Jesús lo
salvaría, y que él iba a pararse y cantar alabanzas a su amado Maestro,
Salvador y Hermano—Jesús.
Entonces veo que esa persona coloca sus manos sobre
cada una de las piernas partidas y en voz baja le dice que sus oraciones
han sido escuchadas, y que es por medio del poder del Padre celestial, y
en el nombre de su Hijo, Cristo Jesús, que su cara y piernas serán
sanadas para que nuevamente pueda ponerse en pie. Cuando ella quita las
manos de sus piernas, no queda señal alguna de que habían sido
lastimadas. Entonces, tiernamente envuelve el rostro hinchado en sus
manos, e instantáneamente queda sano.
Con lágrimas en mis ojos veo que ese hombre se pone en
pie. Mira hacia el cielo y con voz clara exclama: “En el nombre de Jesús
mando a callar el ruido que inunda este lugar”. Todo ese tiempo, los
grandes altoparlantes colocados por todo el recinto han estado emitiendo
un ruido detestable. Eran pulsaciones en tonos bajos, diseñadas para
que los latidos del corazón fueran irregulares. El propósito de esa
música era trastornar profundamente el sistema nervioso. Los guardias
llevan audífonos para cancelar el ruido que repite, día y noche, el
mismo “canto” sin parar. De repente, como si alguien hubiese
desconectado la electricidad, hay silencio. Todos se miran sorprendidos.
Cuando ese hombre habla, su voz se extiende por todo el recinto, de
manera que muchos le escuchan. Otros lo miran espantados, al ver que ha
sido sanado. Entonces todos miran o escuchan a ese hombre fracturado, el
que habían dejado a un lado para que muriera. Él dice que su Salvador
escuchó las palabras pronunciadas en oración y que el Padre celestial
las recibió. Está en pie en el nombre de Jesús y por el poder del Padre.
Ahora puede caminar y cantar de nuevo y se presenta ante todos como un
milagro. Entonces, el hombre mira hacia la hilera larga que se está
formando y se une a ella. Toda la gente guarda un silencio solemne.
Entonces el hombre comienza a cantar, “Salvador, a ti me rindo”, y los
tonos claros de su voz solitaria inundan el recinto, llenando a muchos
de esperanza.
Los guardias están muy quietos, espantados por lo que
ven. Tres de los guardias, los que habían herido al hombre, ahora
recuerdan las últimas palabras valientes que él les había dicho antes de
que le destrozaran la cara. Él les había dicho que Jesús lo salvaría y
que nuevamente se pondría de parte de su Salvador y cantaría alabanzas a
su amado nombre. Esas palabras, como si hubiesen sido una promesa,
permanecían frescas en sus mentes.
Uno de los guardias le dice a los otros dos guardias
que lo que acaba de ver es una señal, cual piedra inconmovible, que ese
hombre ha sido sanado para proclamar una gran promesa. Dice que “el
Cristo” que ahora camina por el mundo no puede sanar huesos partidos,
tal como lo ha visto en el saneamiento de ese hombre. Dice que es claro
que se está llevando a cabo un gran engaño. En vez de sufrir una muerte
lenta y dolorosa, ese hombre está en pie, sano. El guardia confiesa que
eso testifica que el hombre sanado sirve al Dios verdadero. Explica que
él ha estado sirviendo a un dios falso, quien hace promesas falsas y
demanda que todos lo adoren, pero no demuestra un amor verdadero como el
que posee el hombre sanado. El guardia se quita el uniforme y proclama
que él sólo servirá al Dios a quien sirve el hombre sanado, un Dios que
sana en verdad y que cumple sus promesas. Entonces el guardia camina
hacia el fin de la hilera y se para detrás del hombre sanado. Le dice
que siente mucho haberle causado daño, que sus ojos han sido abiertos, y
le pide perdón. Dice que va a seguirlo, y va a tomar la misma decisión a
favor de Jesús.
Entonces los otros dos guardias se unen al primero, y
también le piden perdón al hombre que había estado destrozado. La hilera
se alarga porque muchos se añaden. Se sigue oyendo la voz clara del
hombre que canta, mientras cada individuo se detiene un momento para
decidir a quién servirá—al que pretende ser Jesús y camina por esta
tierra llena de problemas, o al Jesús que vendrá en las nubes y llamará a
todos los fieles a irse con Él.
El himno sigue inundando el recinto, donde hacía
momentos se escuchaba la música del mundo. Inmediatamente, otros
comienzan a cantar, y pronto todos los que están en fila cantan ese
himno, como si estuvieran haciéndole una promesa a su Padre celestial y a
su Salvador.
Dice el Heraldo que todo esto fue el resultado de los ruegos de una
madre que oraba hace muchos años. Ella pedía que, si era la voluntad de
Dios, su hijo fuese un faro que llevase a otros al arrepentimiento y a
aceptar a Jesús. Pidió que su senda fuese una que él pudiese caminar, a
pesar de los desafíos que se le presentarían.
Entonces, el Heraldo pide que se acerque el ángel Guía. Le dice el
Heraldo que debe mostrarme la última parte de este mensaje. Nuevamente,
estoy sentado en el sofá del pasillo. Me dice el ángel Guía que ya se
me ha mostrado que al entrar cada uno de los redimidos por las puertas
del cielo, recibirá un manto y una corona. Me recuerda que cada uno se
sentirá indigno, y que muchos elevarán sus coronas y reconocerán el
amor, paciencia y peticiones de sus madres. Me explica que lo que me va a
mostrar ahora es simbólico, y que debo documentarlo, porque es un
mensaje para ciertos individuos.
Estoy de pie junto a otros, incluyendo ángeles, a lo largo del muro
de la Ciudad Santa. Muchos están en el aire. Los redimidos visten sus
mantos y sus coronas, y están mirando hacia los que están abajo, fuera
del muro de la Ciudad Santa. Los redimidos todavía se sienten indignos,
pero cada uno sabe que por los méritos de Jesús, ellos fueron hallados
dignos a los ojos del Padre. Los culpables, los que no anduvieron donde
deberían haber andado, están en pie abajo para recibir su condena.
Cuando dirijo la mirada a Jesús, quien ahora está sentado como el Rey
Jesús, me impresionan su inmenso poder y majestad. Sé que Él es justo y
recto, y me sobrecogen el asombro y la admiración.
Al instante, me encuentro de pie como uno de los perdidos, mirando a
los redimidos en lo alto. Siento que yo merezco estar sobre el muro con
los redimidos. Siento que yo merezco una corona y un manto, porque yo
hablé y serví en el nombre de Jesús.
9
De repente, no puedo moverme. Tengo los brazos extendidos con las
palmas de las manos vueltas hacia arriba, como si estuviera a punto de
sostener algo. Miro hacia arriba y veo a Jesús sentado sobre su trono
perfecto. Nuevamente, me siento abrumado por su tremendo poder y
majestad, y sé que Él es justo y recto. Me sobrecogen el asombro y la
admiración. No me cabe duda alguna que su juicio es justo y que yo
merezco plenamente todo lo que voy a recibir. Ahora veo que un manto
cuelga de mis brazos. Es el manto que yo hubiese vestido si hubiese sido
fiel. En mis manos veo la corona que Jesús había preparado para mí. Es
la misma corona que Él hubiese colocado sobre mi cabeza. Veo que otros
sostienen sus mantos y coronas.
10
Veo que algunas coronas tienen muchas estrellas, mientras que otras no
tienen ninguna. Cuando contemplo mi corona, veo muchas estrellas. Cada
una de esas estrellas representa a alguien a quien yo llevé a Jesús.
Mientras estoy parado allí, me doy cuenta de que soy indigno de vestir
ese manto y llevar esa corona que Él me hubiese dado gratuitamente, si
yo hubiese permanecido fiel. Siento que he perdido todo por la
eternidad.
11
Cambia mi sueño y nuevamente estoy sentado en el sofá del pasillo.
Frente a mí están el Heraldo, el Guía y el ángel al cual yo llamo el
Anunciador. Yo estoy llorando por lo que acabo de ver y sentir. Les
digo a los ángeles que, de todas las cosas que se me han mostrado, ésta
ha sido la más difícil de ver. Ni siquiera tengo palabras para expresar
la idea de nunca poder estar con Jesús, de nunca poder caminar con Él ni
tenerlo de la mano, de nunca poder mirar esos ojos maravillosos de
amor.
Nuevamente, cambia el sueño y me encuentro afuera en la oscuridad de
la noche. Veo al Heraldo de pie sobre un área muy grande y elevada. Para
comenzar dice, “Tal como lo hemos dicho, quiénes somos no es
importante”. Sonríe y dice, “El único nombre que es digno de ser
mencionado es Jesús”. Hace una pausa, alza la cabeza un poco más y
comienza a cantar, “Cristo, Cristo, Cristo…”.
De repente, ante mis ojos se ilumina el cielo nocturno. Frente a mí,
bajando hacia el valle y llenando el aire hay un sinnúmero de ángeles.
Todos siguen cantando:
Dulce nombre sin igual,
Guía, Amparo, Cristo,
Cual aroma de lluvia estival;
Cristo, Cristo, Cristo,
Cielo y tierra le dan loor;
Fama y bienes aquí pasarán,
Pero ese nombre perdurará
Mientras cantan, siento que una mano toma mi mano derecha y un brazo
me rodea. Miro hacia la derecha y veo a Jesús. Con su mano derecha
sostiene mi mano derecha, y ha colocado su brazo izquierdo sobre mi
hombro izquierdo. Miro esos ojos llenos del amor del amor de los amores,
mientras me dice que comparta este mensaje con su pueblo: “Sean fieles.
No están solos; Yo siempre estoy con ustedes. Estén listos ahora,
porque voy de inmediato”.
12
- Filipenses 4:13
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
1 Corintios 10:13
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis
resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida,
para que podáis soportar.
Testimonios para la Iglesia, tomo 5, p. 186
Necesitamos confiar en Jesús diariamente, a cada hora. Nos ha
prometido que según sea el día, será nuestra fuerza. Por su gracia
podremos soportar todas las cargas del momento presente y cumplir sus
deberes. Pero muchos se abaten anticipando las dificultades futuras.
Están constantemente tratando de imponer las cargas de mañana al día de
hoy. Así muchas de sus pruebas son imaginarias. Para los tales, Jesús no
hizo provisión. Prometió gracia únicamente para el día. Nos ordena que
no nos carguemos con los cuidados y dificultades de mañana; porque
“basta al día su afán” Mateo 6:34.
- Proverbios 22:6
Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.
Recibiréis Poder, p. 216
Las semillas sembradas en la infancia por una madre
cuidadosa y temerosa de Dios producirán árboles de justicia que
florecerán y darán fruto. Las lecciones dadas por precepto y por ejemplo
por un padre temeroso de Dios, con el tiempo producirán, como en el
caso de José, una cosecha abundante.
La Oración, pp. 234, 235
Grandes responsabilidades pesan sobre vosotras, madres...
Podéis ayudarles a desarrollar caracteres que no vacilarán ni serán
inducidos a hacer lo malo, sino que influirán en otros para que hagan lo
bueno. Por vuestras fervientes oraciones de fe, podéis mover el brazo
que mueve el mundo. ... Las oraciones de las madres cristianas no son
desatendidas por el Padre de todos…No desdeñará vuestras peticiones ni
os dejará a vosotros y a los vuestros para que Satanás os abofetee en el
gran día del conflicto final. Habéis de trabajar con sencillez y
fidelidad y Dios afirmará la obra de vuestras manos.
El Hogar Cristiano, p. 486
Nunca apreciará el mundo la obra de los padres prudentes, pero
cuando sesione el juicio y se abran los libros, esa obra se verá como
Dios la ve y será recompensada delante de hombres y ángeles. Se verá que
un hijo criado fielmente fue una luz en el mundo. Velar sobre la
formación del carácter de ese hijo costó lágrimas, ansiedad y noches de
insomnio, pero la obra se hizo sabiamente, y los padres oyen al Maestro
decir: “Bien, buen siervo y fiel.”
- Conducción del Niño, p. 496
Por la noche y por la mañana uníos con vuestros hijos en el culto a Dios, leyendo su Palabra y cantando sus alabanzas.
- Conducción del Niño, p. 17
Debe ser el objeto de todo padre, asegurar para su hijo un
carácter bien equilibrado, simétrico. Esa es una obra de no pequeña
magnitud e importancia, una obra que requiere ferviente meditación y
oración no menos que esfuerzo paciente y perseverante. Hay que echar un
fundamento correcto, levantar un armazón fuerte y firme, y luego, día
tras día, adelantar la obra de edificar, pulir y perfeccionar.
- Mensajes Selectos, tomo 3, p. 457
Cuando el libertinaje, la herejía y la incredulidad llenen la
nación, habrá muchos hogares humildes, donde personas que nunca han
escuchado la verdad elevarán oraciones, oraciones contritas y sinceras, y
habrá muchos corazones que sentirán el peso de la opresión por la
deshonra que se le infiere a Dios. Somos demasiado estrechos en nuestras
ideas, somos jueces pobres, porque muchos de éstos serán aceptados por
Dios debido a que reciben todo rayo de luz que brilla en su camino.
- Manuscript Releases (Manuscritos), tomo 7, p. 112
Los que guardan el sábado no pueden esperar esto ahora y no
deben, por ningún motivo, participar en esta guerra terrible. No pueden
esperar nada. El poder desolador de Dios está sobre la tierra para
rasgar y destruir; sobre los habitantes de la tierra descenderán la
espada, la hambruna y la pestilencia. "Regarding the Civil War," (En
cuanto a la guerra civil) alrededor de 1862
Mensajes Selectos, tomo 2, p. 386
Acabamos de despedir a tres de nuestros hombres responsables
que trabajaban en la oficina, quienes recibieron orden del gobierno de
ingresar durante tres semanas en el servicio militar. En la casa editora
pasábamos por una importantísima etapa en nuestro trabajo, pero los
requerimientos del gobierno no se acomodan a nuestras conveniencias.
Exigen que los jóvenes a quienes han aceptado como soldados no descuiden
los ejercicios ni la preparación esencial para los soldados. Nos alegró
ver que esos hombres con sus uniformes militares habían recibido
condecoraciones por su fidelidad en su trabajo. Eran jóvenes dignos de
confianza.
No fueron por elección propia, sino porque las leyes de su
nación así lo requerían. Los animamos a ser fieles soldados de Cristo.
Nuestras oraciones acompañarán a esos jóvenes, para que los ángeles de
Dios vayan con ellos y los protejan de toda tentación.
- El Evangelismo, p. 363
Cuando Cristo era niño, como estos niños que están aquí, fue
tentado a pecar, pero no se rindió a la tentación. Cuando llegó a tener
más edad, fue tentado, pero los cantos que su madre le había enseñado a
entonar, acudían a su mente, y él elevaba su voz en alabanza. Y antes de
que sus compañeros lo advirtieran, estaban cantando juntamente con él.
Dios quiere que usemos toda facilidad que el cielo nos ha proporcionado,
para resistir al enemigo.
- Filipenses 2:9-11
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio
un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre.
The Review and Herald (La Revista Adventista), 5 de agosto de 1909
El nombre de Jesús tiene poder para salvar. Es la magia de
este nombre lo que aparta nuestras tinieblas, y nos da luz en el Señor.
Alegra nuestros corazones durante los tiempos m oscuros de nuestro
peregrinaje, y nos da paz con Dios. [Trad.]
- Mateo 7:21-23
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de
los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en
tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de
mí, hacedores de maldad.
- 2 Corintios 5:15
Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
The Signs of the Times (Señales de los Tiempos), 6 de octubre de 1887
Cristo murió por todos. El sacrificio fue completo. Es vuestro
privilegio y deber mostrar al mundo que tenéis un Salvador completo y
todopoderoso. El Hijo del Dios infinito fue el que murió para comprar
una salvación plena y gratuita para todos los que la acepten. Entonces,
¿por qué no lo aceptáis como vuestro Salvador? Él reprende vuestra
incredulidad; Él honra vuestra fe. [Trad.]
- A Fin de Conocerle, p. 233
El Señor no fuerza a ninguno. El inmaculado vestido de bodas
de la justicia de Cristo está preparado para cubrir al pecador, pero si
lo rehúsa, debe perecer.
- The Review and Herald, (La Revista Adventista), 25 de octubre de 1881
No conocemos la hora exacta cuando nuestro Señor aparecerá
en las nubes de los cielos, pero nos ha dicho que nuestra única
seguridad yace en estar listos siempre, en una actitud de vigilancia y
espera. Bien sea que tengamos un año por delante, o cinco o diez, hoy
debemos ser fieles a nuestro cometido. Debemos cumplir con los deberes
de cada día con tanta fidelidad como si ese día fuese el último [día de
nuestra vida]. [Trad.]
*
There's Something About That Name letra original en inglés por Bill y Gloria Gaither
**
I Need Thee Every Hour, letra de Annie S. Hawks
[Trad.]
Fuente:
http://www.formypeople.org/Sp/sp_65_a_song_and_a_prayer.shtml